Proyecto de reseña. En el centro de Buenos Aires, por la avenida San Juan, bajo el sol, sube a paso tranquilo un hombre con una bolsa de naranjas. Musculosa amarilla, bermudas azules, quizás hincha de Boca. Gorrita con visera. La leyenda de su remera: ¨Intel inside¨.
Surgió en una charla post-asado en casa de un amigo. Tema: provincia de Formosa. A saber, referencias de cualquier tipo que involucraran a la provincia, pero nadie pudo nombrar un sólo lugar que hubiera visitado, o le hubieran sugerido, o que supiera que hubiese sido visitado por alguien conocido. Políticos de Formosa, artistas, música, historia. Una entrada vacía en el mapa. Meses después, otra conversación. Josefina trabaja de censista en el programa de beneficiarios de planes sociales del Gobierno de la Ciudad. Viajó a Formosa, y comió carne de ñandú en una reserva de aborígenes pilaguá. Los engordaban para comerlos en la cena de nochebuena.
En el centro de Florianópolis se encuentra la plaza 15 de noviembre, de cuyo centro brota una enorme higuera de más de doscientos años. Sus gruesos brazos necesitan apoyarse en estacas de hierro que se clavan en el pavimento. A la sombra de la higuera unos viejos juegan dominó. Suenan de fondo, una y otra vez, los acordes de ¨Let it be¨ interpretados con quena y otros instrumentos de viento, como un colchón sonoro de romanticismo meloso. Un peruano, con un equipo de música, vende los discos de grandes éxitos internacionales grabados con instrumentos del altiplano. En verano trabaja en Florianópolis.
Con cosas así se podría escribir algo. Pero lo que sea que es dejaría de ser (un proyecto), y se convertiría en una pobre copia de sí mismo- y Wembley desconsolado se hunde poco a poco en un pantano de escepticismo. Alejo y Pablo no dejarán que eso suceda.
En los pasillos de un viejo museo abandonado, se reúnen cada mes, durante una noche decidida de antemano. Son un selecto grupo de iniciados que recorre el edificio y baila al ritmo de la música electrónica emitida a tal fin por parlantes que ellos mismos instalaron. Cubren sus rostros con máscaras, y muchos años después serán objeto de notas de periódico cargadas de emoción, serán recordados con nostalgia como la expresión, ya superada, de un entusiasmo utópico y voluntarista.
Los cyber de Florianópolis. Evocar en un soneto prolijo la generosa hospitalidad de los locutorios de Buenos Aires a 1 $ la hora. Mucho se ha escrito sobre la escritura a cambio de dinero, cada palabra vendida a un precio específico, el escritor que oferta su fuerza de trabajo. Pero los cyber de Brasil son una puerta abierta para la experimentación más desenfrenada. Pagar para escribir. Consumir los ahorros en un blog que describa, preciso y elegante, el proceso de escritura de un blog que lleva a la ruina a su responsable.
lunes, enero 30
Delay de una semana en el blog. De Iguazú llegamos a Florianópolis. Si en Misiones era complicado escribir, acá es casi imposible. Internet, como todo acá, es caro. Huímos a una playa en la que, dicen, cobran poco por acampar. Vamos con Martín, porque Gastón, Marcos y Alejandra se van a vender artesanías a la parte norte de la isla, donde están los turistas europeos, y el dinero brota como agua de un manantial. Hacia el sur las playas se hacen más económicas. Allí van los argentinos y los uruguayos a alquilar pequeños departamentos. Nos quieren cobrar casi lo mismo que a ellos por armar una carpa, y cuando creemos que todo está perdido nos recomiendan ir a Naufragados, la punta sur de la isla de Florianópolis. Una hora de viaje, 3km de caminata, subir y bajar un morro, y llegamos a una bahía de arenas blancas, morros cubiertos de verde, un arroyo, pescadores borrachos, y la negra Ze-Ze que atiende el Bar do Aladim. Acampamos gratis. Tuvimos mucha suerte.
Se me acaban los minutos en el cyber. Tenía pensado escribir más sobre Misiones. Los caminos en los montes de Wanda. Los buscadores de piedras semi-preciosas para el mercado de turistas que llegan en los buses de las agencias de turismo. La gendarmería. Una redada en mitad de la noche en el camping abandonado donde pusimos las carpas. El gendarme Reyes nos dice que tengamos cuidado, y no sabemos si se refiere a los traficantes de drogas o a sus soldados que nos miran con cara de tumbas. Al otro día nos apuran en la calle. Plata para tomar algo. Uno pasa y nos vuelve a decir que tengamos cuidado. El tipo que había estado ofreciendo vender un paquete de marihuana, resulta ser uno de los gendarmes de la supuesta redada. Terminamos desarmando las carpas, y huyendo en un ambiente cada vez más espeso.
También quería escribir sobre el pombero (¨es bueno, hay que hacerse amigo, que no se enoje¨), el yasi yateré, y un extraño perro sin cabeza del que hablaba el hijo de la señora que atendía un bar en Wanda. En Ciudad del Este, me compré un reproductor de mp3.
Pero con un delay de una semana o más, esto ya no es un diario. Me parece que tiene un exceso de colorido, tipo realismo mágico más novelas de aventuras. Podría escribir un análisis de Misiones como posible escenario para una épica arraigada en el territorio, como la conquista del Oeste y su carga simbólica para la cultura norteamericana. Después habría que destruirlo, o demostrar su falsedad.
Se me acaban los minutos en el cyber. Tenía pensado escribir más sobre Misiones. Los caminos en los montes de Wanda. Los buscadores de piedras semi-preciosas para el mercado de turistas que llegan en los buses de las agencias de turismo. La gendarmería. Una redada en mitad de la noche en el camping abandonado donde pusimos las carpas. El gendarme Reyes nos dice que tengamos cuidado, y no sabemos si se refiere a los traficantes de drogas o a sus soldados que nos miran con cara de tumbas. Al otro día nos apuran en la calle. Plata para tomar algo. Uno pasa y nos vuelve a decir que tengamos cuidado. El tipo que había estado ofreciendo vender un paquete de marihuana, resulta ser uno de los gendarmes de la supuesta redada. Terminamos desarmando las carpas, y huyendo en un ambiente cada vez más espeso.
También quería escribir sobre el pombero (¨es bueno, hay que hacerse amigo, que no se enoje¨), el yasi yateré, y un extraño perro sin cabeza del que hablaba el hijo de la señora que atendía un bar en Wanda. En Ciudad del Este, me compré un reproductor de mp3.
Pero con un delay de una semana o más, esto ya no es un diario. Me parece que tiene un exceso de colorido, tipo realismo mágico más novelas de aventuras. Podría escribir un análisis de Misiones como posible escenario para una épica arraigada en el territorio, como la conquista del Oeste y su carga simbólica para la cultura norteamericana. Después habría que destruirlo, o demostrar su falsedad.
lunes, enero 23
Escritura en desfasaje. El blog como bitácora funciona, pero con delay. Desde que empecé a escribir, siempre fue con retraso de tres o cuatro días. Escribí de Posadas cuando ya me iba para Capioví, y así sucesivamente, siempre con uno o dos lugares de atraso. Para que haya inmediatez tendría que usar un cuaderno o una palm, escribir cada noche y salvar el viaje al locutorio que implica otra organización, controlar el estado del tiempo, y sobre todo escribir rápido para no gastarse toda la plata en Internet-- en algunos pueblos sólo tienen conexiones de teléfono. En San Ignacio la señora que atendía se lo tomó en serio cuando le dije que quería usar sólo media hora de computadora, y a los 30 min exactos Windows se cerró con todo lo que había escrito. La señora me cobró con una sonrisa, y me regaló una estampita de un santo desconocido, al menos para mí.
Internet en Misiones, también implica desconfiar de las ideas de distancia que maneja la gente. Acá todo queda a dos cuadras, a veces a los misioneros les basta con levantar un brazo y decir allá, allá, con eso parecen satisfacer todo pedido de orientación. En la práctica 1 o 2 km se convierten en 6 o 7. En Wanda caminé 25 cuadras tras el locutorio, los lugares que señalaban unos, a dos o tres cuadras, eran desmentidos por los siguientes informantes, que me volvían a señalar otros, y así. Al menos señalaban siempre en la misma dirección.
Ahora estoy en Iguazú. Ya fuimos a las cataratas, y todavía no sé adónde puedo ir. Acampamos en el lugar más barato de la ciudad, 3 $ contra 10 $ o 12 $ de los campings. Es la carpintería, atendida por el joven Moisés, y dos señoras que pasan la tarde sentadas en la entrada del local. Una vieja casa, en cuyo fondo hay un galpón hecho con tablones de madera que funciona como pensión. En un pequeño jardín, y en un pasillo también se pueden poner carpas, por el mismo precio. Alguien la comparó con la vecindad del Chavo del ocho.
La mayoría de los que están parando son artesanos. Muchos son estudiantes que venden pulseras y collares para financiarse las vacaciones. Pero también hay algunos más grandes que parecen vivir de viaje. Cristian, que no está en la carpintería, puso una carpa en el jardín de un viejo ucraniano refugiado de la segunda guerra. Nació en una chacra de Misiones, pero hace ocho años que recorre ciudades y pueblos de Brasil y Argentina.
En la carpintería hay dos casos extremos. Mike, de unos cuarenta años, anteojitos gruesos, es argentino y dice que recorre seis meses por año América del Sur juntando semillas y piedras, y comprando artesanías, que después manda a holanda donde vive el resto del año. Allá trabaja el material junto a sus hijos, y revende lo que compró. Nadie le cree demasiado, aunque algún porcentaje de verdad debe haber en lo que cuenta. Conoce las rutas de Brasil y Argentina de memoria. Los bares alrededor de las terminales en cada ciudad, donde conseguir viajes en combis no muy legales, los famosos "sacoleiros", a cuenta de traficantes de computadoras que les pagan a los extranjeros, "muchos ex-artesanos", para que viajen con uno o dos equipos a cambio de 50 reales. Parece que a los brasileros les exigen papeles de lo que transportan-- asegura que no es tráfico de droga.
Del otro caso no me acuerdo el nombre. Es un tipo hosco, parco, de mirada amenazante. Las primeras veces pasaba sin saludar. Ayer a la mañana, me levanté y había entablado una extraña discusión con Mike sobre Caín, Abel y la Biblia. Mike formulaba chicanas tontas, y el otro se embalaba y hablaba mal de la Iglesia romana, por lo que supongo que debe ser de algún grupo evangelista. No pasaría de una especie de predicador amateur, que se embala dando consejos sobre la vida natural, la violencia de comer carne, y hasta de tomar leche -"alguna vez vieron a un toro tomar leche de la vaca" (?). Después entró en la veta resentida rencorosa, y dijo que iba a ir a Venezuela a buscar a una mujer. ¿Por qué? Una húngara a la que había conocido, y había prometido volver para devolverle la mochila que se llevó prestada. No era la mochila, pero había quedado "herido". Dejo de recibir e-mails y ahora dice que es mejor no confiar en nadie. Yo creí que había sido una historia larga, pero resultó que la había conocido quince días atrás. Y habían estado juntos dos días. Pero dice que se va a Venezuela. Ella iba a ir para allá en unos meses, y dice que la va buscar y la va encontrar. "Empezó la cacería", dice y se ríe seco. En principio parece que habla con doble sentido, en principio.
Internet en Misiones, también implica desconfiar de las ideas de distancia que maneja la gente. Acá todo queda a dos cuadras, a veces a los misioneros les basta con levantar un brazo y decir allá, allá, con eso parecen satisfacer todo pedido de orientación. En la práctica 1 o 2 km se convierten en 6 o 7. En Wanda caminé 25 cuadras tras el locutorio, los lugares que señalaban unos, a dos o tres cuadras, eran desmentidos por los siguientes informantes, que me volvían a señalar otros, y así. Al menos señalaban siempre en la misma dirección.
Ahora estoy en Iguazú. Ya fuimos a las cataratas, y todavía no sé adónde puedo ir. Acampamos en el lugar más barato de la ciudad, 3 $ contra 10 $ o 12 $ de los campings. Es la carpintería, atendida por el joven Moisés, y dos señoras que pasan la tarde sentadas en la entrada del local. Una vieja casa, en cuyo fondo hay un galpón hecho con tablones de madera que funciona como pensión. En un pequeño jardín, y en un pasillo también se pueden poner carpas, por el mismo precio. Alguien la comparó con la vecindad del Chavo del ocho.
La mayoría de los que están parando son artesanos. Muchos son estudiantes que venden pulseras y collares para financiarse las vacaciones. Pero también hay algunos más grandes que parecen vivir de viaje. Cristian, que no está en la carpintería, puso una carpa en el jardín de un viejo ucraniano refugiado de la segunda guerra. Nació en una chacra de Misiones, pero hace ocho años que recorre ciudades y pueblos de Brasil y Argentina.
En la carpintería hay dos casos extremos. Mike, de unos cuarenta años, anteojitos gruesos, es argentino y dice que recorre seis meses por año América del Sur juntando semillas y piedras, y comprando artesanías, que después manda a holanda donde vive el resto del año. Allá trabaja el material junto a sus hijos, y revende lo que compró. Nadie le cree demasiado, aunque algún porcentaje de verdad debe haber en lo que cuenta. Conoce las rutas de Brasil y Argentina de memoria. Los bares alrededor de las terminales en cada ciudad, donde conseguir viajes en combis no muy legales, los famosos "sacoleiros", a cuenta de traficantes de computadoras que les pagan a los extranjeros, "muchos ex-artesanos", para que viajen con uno o dos equipos a cambio de 50 reales. Parece que a los brasileros les exigen papeles de lo que transportan-- asegura que no es tráfico de droga.
Del otro caso no me acuerdo el nombre. Es un tipo hosco, parco, de mirada amenazante. Las primeras veces pasaba sin saludar. Ayer a la mañana, me levanté y había entablado una extraña discusión con Mike sobre Caín, Abel y la Biblia. Mike formulaba chicanas tontas, y el otro se embalaba y hablaba mal de la Iglesia romana, por lo que supongo que debe ser de algún grupo evangelista. No pasaría de una especie de predicador amateur, que se embala dando consejos sobre la vida natural, la violencia de comer carne, y hasta de tomar leche -"alguna vez vieron a un toro tomar leche de la vaca" (?). Después entró en la veta resentida rencorosa, y dijo que iba a ir a Venezuela a buscar a una mujer. ¿Por qué? Una húngara a la que había conocido, y había prometido volver para devolverle la mochila que se llevó prestada. No era la mochila, pero había quedado "herido". Dejo de recibir e-mails y ahora dice que es mejor no confiar en nadie. Yo creí que había sido una historia larga, pero resultó que la había conocido quince días atrás. Y habían estado juntos dos días. Pero dice que se va a Venezuela. Ella iba a ir para allá en unos meses, y dice que la va buscar y la va encontrar. "Empezó la cacería", dice y se ríe seco. En principio parece que habla con doble sentido, en principio.
domingo, enero 22
De Capioví a Eldorado. Seguimos subiendo por la ruta 12 que bordea el río Paraná, desde Posadas hasta Iguazú. Sucesión de pueblos con extraños nombres, Eldorado, Puerto Rico, Montecarlo, Puerto Esperanza. Adolf Schwelm es una especie de prócer local. Acampamos en Parque Schwelm, en cuya entrada colocaron un busto del alemán. Es un descampado enorme, donde termina la ciudad, con palmeras y caminos trazados con árboles, desde donde se puede ir a bañar en el Río Paraná o caminar entre las chacras. En el centro hay un museo, pero está cerrado cuando voy a verlo. A Martín un viejo le contó otra cosa. Los pueblos los fundó un estafador que compró las tierras y les puso esos nombres, para poder venderlas en Europa como si fueran lugares paradisíacos. En realidad estaban cubiertos de selva, y eran casi intransitables. En la página de la Provincia de Misiones dice: "Eldorado Colonización y Explotación de Bosques Ltda. S.A. de Adolf Schwelm, creada en 1919".
Otro pueblo de la zona es Puerto Bosetti. Este dicen que era un anarquista que vino a instalar una comunidad en la selva, y se quedó a vivir con los guaraníes que ya practicaban todos los valores que él pretendía aplicar en su experimento.
Otro pueblo de la zona es Puerto Bosetti. Este dicen que era un anarquista que vino a instalar una comunidad en la selva, y se quedó a vivir con los guaraníes que ya practicaban todos los valores que él pretendía aplicar en su experimento.
viernes, enero 20
Apuntes sobre el turismo. Rápidos. Efectos del turista sobre el medioambiente, no natural, más bien simbólico. Conversaciones en un colectivo de Posadas. A los gritos, pros y contras de la ciudad. Está para vivir, pero quizás no todo el tiempo. O está bien para las vacaciones, pero el calor no te deja pensar. Un delirante dice que vendría a hacer plata y comprarse un auto para seguir viajando (?). En el camping, una pareja de misioneros que come un asado se enrosca en la discusión, esgrimen argumentos a favor de Misiones contra unos turistas con mochila que sentencian "Es lindo para conocer pero no para vivir". Qué pensará el misionero que mira por la ventanilla del colectivo, mientras del fondo se escuchan juicios de valor estético cada pocos metros, en referencia a barrios, plazas, modestas vistas panorámicas. Qué linda canchita de fútbol. Cangrejo repetía, como un folleto turístico, Misiones despierta los sentidos.
En la comunidad de guaraníes de Capioví, un caso extremo de este efecto invasor del juicio turista. Nos recibe el cacique. Nos sentamos en ronda frente a él, silencio tenso, expectante. No hay artesanías para ver ni comprar, y esa era la excusa de la visita. Entonces, se suceden preguntas nerviosas. De pronto la escena parece un interrogatorio para encontrar esa diferencia que hace que los guaraníes sean vistos como distantes incluso en el pueblo que queda a 2 km. Alguien pide frases en guaraní, y las anota en un cuaderno. Otro pregunta por los dioses (?). Se sorprende cuando el cacique habla de un dios que obviamente es católico. Parece enojado. Otro quiere saber cómo es su calendario. El cacique apenas contesta, no parece interesado en la charla, pero sonríe amable. Un chico de la Plata dice que es muy triste que hagan desaparecer las culturas aborígenes. A esa altura me pongo nervioso. Preferiría estar en cualquier otra parte. Quizás sean buenas intenciones, pero la charla parece apuntar a recabar información de la que ofrecen en los programas de cable. El cacique, por suerte, no registra los comentarios, y por fin dice que podemos ir a conocer el río. Hay chicos bañándose, y varios de los que estamos se tiran desde un árbol que sirve de trampolín. Vienen el nieto y el hijo del cacique, juntamos plata y van a comprar cervezas y vino. También hay una parejita de chicos de Capioví. La charla se hace más relajada. El hijo del cacique quiere poner un camping. Un chico guaraní quiere estudiar profesorado de gimnasia. Los artesanos muestran sus cosas. Después de un rato nos despedimos, y dejamos un cartón de vino para el cacique.
En la comunidad de guaraníes de Capioví, un caso extremo de este efecto invasor del juicio turista. Nos recibe el cacique. Nos sentamos en ronda frente a él, silencio tenso, expectante. No hay artesanías para ver ni comprar, y esa era la excusa de la visita. Entonces, se suceden preguntas nerviosas. De pronto la escena parece un interrogatorio para encontrar esa diferencia que hace que los guaraníes sean vistos como distantes incluso en el pueblo que queda a 2 km. Alguien pide frases en guaraní, y las anota en un cuaderno. Otro pregunta por los dioses (?). Se sorprende cuando el cacique habla de un dios que obviamente es católico. Parece enojado. Otro quiere saber cómo es su calendario. El cacique apenas contesta, no parece interesado en la charla, pero sonríe amable. Un chico de la Plata dice que es muy triste que hagan desaparecer las culturas aborígenes. A esa altura me pongo nervioso. Preferiría estar en cualquier otra parte. Quizás sean buenas intenciones, pero la charla parece apuntar a recabar información de la que ofrecen en los programas de cable. El cacique, por suerte, no registra los comentarios, y por fin dice que podemos ir a conocer el río. Hay chicos bañándose, y varios de los que estamos se tiran desde un árbol que sirve de trampolín. Vienen el nieto y el hijo del cacique, juntamos plata y van a comprar cervezas y vino. También hay una parejita de chicos de Capioví. La charla se hace más relajada. El hijo del cacique quiere poner un camping. Un chico guaraní quiere estudiar profesorado de gimnasia. Los artesanos muestran sus cosas. Después de un rato nos despedimos, y dejamos un cartón de vino para el cacique.
jueves, enero 19
Hoy llegamos a Wanda, un pueblo en la intersección de las rutas 12 y19, a 40 km de Iguazú y la triple frontera. Después de que me separé de Natalia y Emanuel, tomé un micro a Capioví, en cuyo camping me hice amigo de un grupo de chicos con los que estoy ahora.
Martín recibía a las personas que llegaban al camping. Les mostraba el lugar. Pensé que era de Misiones, pero está de viaje y había empezado a trabajar unos días antes para hacer plata. Espera que le depositen un cheque en Buenos Aires.
El dueño del camping está desesperado porque no para de perder plata con el negocio del turismo económico.Tampoco consigue que los empleados le duren, y no es raro porque les paga 6 a 8 pesos por 10 horas de trabajo. Les cobra los sandwiches del almuerzo. Martín me cuenta que el camping antes era municipal, pero después lo compró el Bahiano de los Pericos, que se fundió. La atracción del camping es un salto de agua de unos siete metros de alto, decorado con un molino de agua y un par de puentes. El dueño consiguió que un rubio, con cierta pinta de bañero, se pare junto al salto y les chifle a los chicos que se trepan para tirarse desde las piedras. Cuando el dueño se da vuelta, el bañero no resiste la tentación de hacer un clavado. Dice que conoce el salto de memoria, se tira desde los siete años. En la plaza de Capioví hacen furor las pulseras de hilo tejido a 1 $ con el nombre de sus dueños. Las vende Francisco, que para en el camping. Gastón, también de viaje, vende collares de macramé y atrapa-sueños. Dos chicos de la Plata tiran un paño con boludeces hechas de resina, de una amiga de ellos. No venden, pero tomar cerveza en la plaza y charlar con la gente, es el mejor programa disponible en la noche de Capioví. Parece que somos los únicos turistas del pueblo.
Me quedo con los "hippies", como dicen los chicos que se acercan a los paños. Charlo con Martín, que es la segunda persona del camping que se trajo la Divina Comedia para leer. Al otro día renuncia y se va a pedir plata a un amigo, por Internet.
Dos días después, tras una visita a una comunidad guaraní a unos kms del pueblo, tomamos un micro hacia Eldorado, todo junto.
Martín recibía a las personas que llegaban al camping. Les mostraba el lugar. Pensé que era de Misiones, pero está de viaje y había empezado a trabajar unos días antes para hacer plata. Espera que le depositen un cheque en Buenos Aires.
El dueño del camping está desesperado porque no para de perder plata con el negocio del turismo económico.Tampoco consigue que los empleados le duren, y no es raro porque les paga 6 a 8 pesos por 10 horas de trabajo. Les cobra los sandwiches del almuerzo. Martín me cuenta que el camping antes era municipal, pero después lo compró el Bahiano de los Pericos, que se fundió. La atracción del camping es un salto de agua de unos siete metros de alto, decorado con un molino de agua y un par de puentes. El dueño consiguió que un rubio, con cierta pinta de bañero, se pare junto al salto y les chifle a los chicos que se trepan para tirarse desde las piedras. Cuando el dueño se da vuelta, el bañero no resiste la tentación de hacer un clavado. Dice que conoce el salto de memoria, se tira desde los siete años. En la plaza de Capioví hacen furor las pulseras de hilo tejido a 1 $ con el nombre de sus dueños. Las vende Francisco, que para en el camping. Gastón, también de viaje, vende collares de macramé y atrapa-sueños. Dos chicos de la Plata tiran un paño con boludeces hechas de resina, de una amiga de ellos. No venden, pero tomar cerveza en la plaza y charlar con la gente, es el mejor programa disponible en la noche de Capioví. Parece que somos los únicos turistas del pueblo.
Me quedo con los "hippies", como dicen los chicos que se acercan a los paños. Charlo con Martín, que es la segunda persona del camping que se trajo la Divina Comedia para leer. Al otro día renuncia y se va a pedir plata a un amigo, por Internet.
Dos días después, tras una visita a una comunidad guaraní a unos kms del pueblo, tomamos un micro hacia Eldorado, todo junto.
domingo, enero 15
En San Ignacio están las ruinas de una estancia jesuita. Pasamos la primera noche en "La costa del sol", camping, pero al otro día Natalia y Emanuel me invitan a ir con ellos a la casa de un hombre que conocieron haciendo dedo en la ruta. Les dijo que podíamos quedarnos en su casa.
Chacho es pura hospitalidad. Nos deja tirar las bolsas de dormir atrás de la casa, y nos ofrece comida para cenar. Vive con su esposa Alicia, "sexta generación de polacos", y Francisco que tiene cuatro años. Chacho nació en Santa Fe, pero dice que se siente misionero. Tiene, desde hace pocos meses, una pequeña productora de forrajes y alimentos balanceados para animales de chacra. Considera lo que hace como un trabajo social, porque ofrece los mismos productos que la multinacional Cargill a precios mucho más convenientes. Dice que le está yendo muy bien.
Pero lo curioso de Chacho es su filiación política. En las charlas que tuvimos durante el día y las dos noches que pasamos en su casa, las opiniones que vierte sobre el mundo y la política podrían colocarlo, a mi juicio, en las posiciones más distintas y contradictorias. Al principio parecía un hippie entusiasmado con la juventud, que es la única que puede resolver los problemas del mundo, alguien que encontró en la naturaleza y la tranquilidad de un pequeño pueblo el mejor modo de vivir la vida. Pero después nos cuenta que fue el fundador de la Juventud Universitaria Peronista, en el 83´, y por la forma en la que habla de esos "magníficos cuadros políticos" que fueron los militantes montoneros que se refugiaron en Misiones durante los años de la represión, da toda la impresión - y lo habló en un momento con Emanuel, que coincide conmigo - de que Chacho también fue uno de esos militantes en exhilio interno. Desde hace años integra el PJ de Misiones, y habla de Ramón Puerta como alguien con quien compartió discusiones y situaciones complicadas. Hoy integra un frente con radicales y disidentes del PJ con el que apoyan a Kirchner. De Puerta, dice que es un gran ladrón. Pero la frutilla de la torta política llega casi por casualidad. Alicia nos muestra fotos de la familia, casamientos, fiestas. Emanuel le señala una a Chacho, un chiste como al pasar.
- Ese hombre - dice Chacho, y señala a un hombre pelado y muy gordo con cinco atados de cigarrillos en la mano, con el que aparece en la foto, abrazados -, ese hombre es Santiago Alvarez, y pudo ser el presidente de los argentinos...
- ¿De qué partido? - le pregunto
- Era de una agrupación a la que mucha gente no quiere... se llamaba Guardia de Hierro. Se creo para combatir a los Montoneros, que eran un grupo infiltrado dentro del peronismo. Y en esa época se peleaba en serio...
No tengo ahora mismo las referencias exactas, pero Guardia de Hierro debía ser, creo, una especie de fuerza de choque de la derecha peronista en la época de López Rega. Chacho es como una muestra de la flexibilidad infinita del título peronista, que puede doblarse en todas direcciones pero, aparentemente, no se rompe nunca.
En todo caso, nos recibieron en su casa, nos dieron de comer, nos hablaron del pueblo, del negocio de las chacras, los descendientes polacos y ucranianos que llegaron a Misiones, de las reservas aborígenes, y hasta nos llevaron a conocer el peñón de Teyú Cuaré, al que nunca hubiéramos llegado ni a dedo ni caminando.
Al mediodía del Martes 11 nos despedimos de Chacho y Alicia, con abrazos muy emotivos, y media cuadra después también me despedí de Natalia y Emanuel. Ellos se iban a Arístóbulo del Valle, a ver el Salto Encantdo, y yo aproveché para ir a Capioví. Tenía ganas de viajar sólo, o cambiar de compañía. También nos despedimos con la mejor onda.
Chacho es pura hospitalidad. Nos deja tirar las bolsas de dormir atrás de la casa, y nos ofrece comida para cenar. Vive con su esposa Alicia, "sexta generación de polacos", y Francisco que tiene cuatro años. Chacho nació en Santa Fe, pero dice que se siente misionero. Tiene, desde hace pocos meses, una pequeña productora de forrajes y alimentos balanceados para animales de chacra. Considera lo que hace como un trabajo social, porque ofrece los mismos productos que la multinacional Cargill a precios mucho más convenientes. Dice que le está yendo muy bien.
Pero lo curioso de Chacho es su filiación política. En las charlas que tuvimos durante el día y las dos noches que pasamos en su casa, las opiniones que vierte sobre el mundo y la política podrían colocarlo, a mi juicio, en las posiciones más distintas y contradictorias. Al principio parecía un hippie entusiasmado con la juventud, que es la única que puede resolver los problemas del mundo, alguien que encontró en la naturaleza y la tranquilidad de un pequeño pueblo el mejor modo de vivir la vida. Pero después nos cuenta que fue el fundador de la Juventud Universitaria Peronista, en el 83´, y por la forma en la que habla de esos "magníficos cuadros políticos" que fueron los militantes montoneros que se refugiaron en Misiones durante los años de la represión, da toda la impresión - y lo habló en un momento con Emanuel, que coincide conmigo - de que Chacho también fue uno de esos militantes en exhilio interno. Desde hace años integra el PJ de Misiones, y habla de Ramón Puerta como alguien con quien compartió discusiones y situaciones complicadas. Hoy integra un frente con radicales y disidentes del PJ con el que apoyan a Kirchner. De Puerta, dice que es un gran ladrón. Pero la frutilla de la torta política llega casi por casualidad. Alicia nos muestra fotos de la familia, casamientos, fiestas. Emanuel le señala una a Chacho, un chiste como al pasar.
- Ese hombre - dice Chacho, y señala a un hombre pelado y muy gordo con cinco atados de cigarrillos en la mano, con el que aparece en la foto, abrazados -, ese hombre es Santiago Alvarez, y pudo ser el presidente de los argentinos...
- ¿De qué partido? - le pregunto
- Era de una agrupación a la que mucha gente no quiere... se llamaba Guardia de Hierro. Se creo para combatir a los Montoneros, que eran un grupo infiltrado dentro del peronismo. Y en esa época se peleaba en serio...
No tengo ahora mismo las referencias exactas, pero Guardia de Hierro debía ser, creo, una especie de fuerza de choque de la derecha peronista en la época de López Rega. Chacho es como una muestra de la flexibilidad infinita del título peronista, que puede doblarse en todas direcciones pero, aparentemente, no se rompe nunca.
En todo caso, nos recibieron en su casa, nos dieron de comer, nos hablaron del pueblo, del negocio de las chacras, los descendientes polacos y ucranianos que llegaron a Misiones, de las reservas aborígenes, y hasta nos llevaron a conocer el peñón de Teyú Cuaré, al que nunca hubiéramos llegado ni a dedo ni caminando.
Al mediodía del Martes 11 nos despedimos de Chacho y Alicia, con abrazos muy emotivos, y media cuadra después también me despedí de Natalia y Emanuel. Ellos se iban a Arístóbulo del Valle, a ver el Salto Encantdo, y yo aproveché para ir a Capioví. Tenía ganas de viajar sólo, o cambiar de compañía. También nos despedimos con la mejor onda.
sábado, enero 14
El último día en Posadas fuimos a Encarnación. Es el paraíso del todo por 2 pesos, la esencia del barrio de Once concentrada en un pueblito que se cocina bajo el sol más asesino que sentí en mi vida. Mientras mostramos documentos en la entrada, compro un desayuno por 1 peso: un chipá y una gaseosa paraguaya con gusto a piña. Después del puesto de frontera, empieza la feria, y sigue hasta cubrir todas las calles. No sé donde viven los que viven en Encarnación. Quizás el pueblo queda deshabitado durante la noche, quizás no es un pueblo y la idea de que alguien viva en él es tán fantástica como un shopping habitado por una tribu escondida y olvidada.
Somos un grupo de unos diez que llegamos en el tren. Podemos comprar: termos de plástico, de lata, anteojos, remeras, mallas, discos truchos, radios, discman, Mp3, relojes de plástico, seudo Rolex, camaras digitales, pantallas de plasma.
Me compro unas bermudas, 15$, en Buenos Aires, 45$. Natalia compra termo, pollera, pantalón, rollos de fotos, y más. Unos chicos de la plata también se entusiasman. Acá ofrecen Mp3 512MB 210$. Pero no es Sony bueno, es Sony de Encarnación.
Tomamos jugo de ananá, recién hecho, y comemos carne asada en palitos. Para comprar la carpa que le falta a Natalia atravesamos una calle hasta la última de unas 20 cuadras. Más allá empieza un camino de tierra que sube, y se vislumbran las primeras chacras, matorrales verdes y apretados. El campo paraguayo, del que nada sabemos.
Volvemos con la carpa-- para 3 personas 37 pesos: una ganga. Ahora vamos en busca del Bar Tokyo. Cangrejo nos dijo que era el mejor bar de Encarnación, y parecía saber de lo que hablaba. No está mal, pero esperabamos algo más. En realidad, pareciera ser el único bar del pueblo.
Tomamos cerveza, y dejamos que se nos acerquen vendendores ambulantes que recorren las calles con pequeños mercados a cuestas. Se regatea duro. Un chico artesano que viaja a Brasil, logra bajar de 7 a 2 pesos una tijera. Es admirado por el resto de la mesa. Por la calle pasan autos importados, un taxi Mercedes Benz, varios Chrysler, y los vemos estacionarse entre cajones de frutas pasadas, en calles sucias, como en las películas americanas que hacen caricaturas de los narcos colombianos. Desde las mesas del bar vemos un viejo edificio oxidado. Se impone sobre los techos de los negocios. Está abandonado, nos cuenta después un chico con el que apenas nos entendemos, está torcido varios centímetros para un costado, como una torre de Pisa también marca Encarnación.
Volvemos cansados, y conseguimos unos remises que nos llevan de vuelta por 3 pesos. Cruzamos el puente que une Paraguay con Argentina, y en el puesto de frontera nos frotamos los pies con la alfombra química que hay que pisar para no llevar microbios extranjero.
Escribo esto en el locutorio de la plaza de Capioví, a punto de tomar el micro para El Dorado. El viaje va muy bien.
Suena cumbia que no es la de argentina.
Somos un grupo de unos diez que llegamos en el tren. Podemos comprar: termos de plástico, de lata, anteojos, remeras, mallas, discos truchos, radios, discman, Mp3, relojes de plástico, seudo Rolex, camaras digitales, pantallas de plasma.
Me compro unas bermudas, 15$, en Buenos Aires, 45$. Natalia compra termo, pollera, pantalón, rollos de fotos, y más. Unos chicos de la plata también se entusiasman. Acá ofrecen Mp3 512MB 210$. Pero no es Sony bueno, es Sony de Encarnación.
Tomamos jugo de ananá, recién hecho, y comemos carne asada en palitos. Para comprar la carpa que le falta a Natalia atravesamos una calle hasta la última de unas 20 cuadras. Más allá empieza un camino de tierra que sube, y se vislumbran las primeras chacras, matorrales verdes y apretados. El campo paraguayo, del que nada sabemos.
Volvemos con la carpa-- para 3 personas 37 pesos: una ganga. Ahora vamos en busca del Bar Tokyo. Cangrejo nos dijo que era el mejor bar de Encarnación, y parecía saber de lo que hablaba. No está mal, pero esperabamos algo más. En realidad, pareciera ser el único bar del pueblo.
Tomamos cerveza, y dejamos que se nos acerquen vendendores ambulantes que recorren las calles con pequeños mercados a cuestas. Se regatea duro. Un chico artesano que viaja a Brasil, logra bajar de 7 a 2 pesos una tijera. Es admirado por el resto de la mesa. Por la calle pasan autos importados, un taxi Mercedes Benz, varios Chrysler, y los vemos estacionarse entre cajones de frutas pasadas, en calles sucias, como en las películas americanas que hacen caricaturas de los narcos colombianos. Desde las mesas del bar vemos un viejo edificio oxidado. Se impone sobre los techos de los negocios. Está abandonado, nos cuenta después un chico con el que apenas nos entendemos, está torcido varios centímetros para un costado, como una torre de Pisa también marca Encarnación.
Volvemos cansados, y conseguimos unos remises que nos llevan de vuelta por 3 pesos. Cruzamos el puente que une Paraguay con Argentina, y en el puesto de frontera nos frotamos los pies con la alfombra química que hay que pisar para no llevar microbios extranjero.
Escribo esto en el locutorio de la plaza de Capioví, a punto de tomar el micro para El Dorado. El viaje va muy bien.
Suena cumbia que no es la de argentina.
viernes, enero 13
Volvemos al camping, y nos sentamos con ellos en la mesa. Cangrejo tira los chorizos en la parrilla. Al viejito simpático lo llaman Mahua, por el apellido, y según él es el abuelo de todos. Era jefe de policía, o comisario, en Buenos Aires, y la mujer de Cangrejo lo conoció hace muchos años cuando trabajaban juntos en una agencia de investigaciones. Eran detectives. Viviana, que ya no vive con Cangrejo, dice que es uno de sus dos o tres mejores amigos. Hacía mucho que no se veían.
Más tarde pasan Elsa y la amiga. Se vistieron para el boliche, pero apenas llegan saludan desde lejos, y se van. Quizás no esperaban un encuentro familiar. Da la sensación de que Cengrejo tampoco lo esperaba.
Durante la noche hay indirectas de Viviana a Cangrejo, mezclados con risas por los chistes de Mahua, que no para de hablar, de recomendar lugares para visitar, de repetir cuánto los quiere a todos. Nos insiste para que vayamos a su casa en lugar de quedarnos en el camping. Yo ni contesto, y Emanuel y Natalia le agradecen, pero no.
El final de la noche es caótico. Darío y Cangrejo siguen riéndose, mientras Viviana nos cuenta que ella tiene que cuidar a Gaviota porque Cangrejo vive de fiesta. Cuando se van a fumar Gaviota empieza a llorar, furiosa con Cangrejo, que se fue con Natalia y Emanuel abajo de un árbol. Dice que no lo quiere ver nunca más. Yo me quedo charlando con Viviana, y ella me dice que le gusta mi onda. Natalia, una amiga suya que recién llega, va a fumar también, y Viviana se pone celosa. Dice que le quiere sacar a Cangrejo, o algo así. Darío y la novia la tratan de calmar. Mahua sigue tan ajeno a la realidad, como en toda la noche. Juega en el agua del río con Gaviota, que cada tanto se calma. Cuando vuelven de fumar, nos despedimos con abrazos emocionados. Gaviota quiere que le saquen la malla mojada, pero no le dan bola. Mahua nos deja una tarjeta con su número y dirección.
Cuando nos vamos, tomamos otra cerveza con Emmanuel y Natalia. Creo que ninguno de nosotros termina de entender qué fue esa noche. Natalia le contó, mientras fumaban, otra historia. Tuvo un hijo hace un par de años. Su novio cayó preso, y lo fue a visitar a la cárcel hasta que su tío se enteró de la relación, pero él es directivo del penal, y cada vez que ella va a ver a su novio, los guardias lo buscan para golpearlo.
Después de un rato, nos vamos a dormir.
Más tarde pasan Elsa y la amiga. Se vistieron para el boliche, pero apenas llegan saludan desde lejos, y se van. Quizás no esperaban un encuentro familiar. Da la sensación de que Cengrejo tampoco lo esperaba.
Durante la noche hay indirectas de Viviana a Cangrejo, mezclados con risas por los chistes de Mahua, que no para de hablar, de recomendar lugares para visitar, de repetir cuánto los quiere a todos. Nos insiste para que vayamos a su casa en lugar de quedarnos en el camping. Yo ni contesto, y Emanuel y Natalia le agradecen, pero no.
El final de la noche es caótico. Darío y Cangrejo siguen riéndose, mientras Viviana nos cuenta que ella tiene que cuidar a Gaviota porque Cangrejo vive de fiesta. Cuando se van a fumar Gaviota empieza a llorar, furiosa con Cangrejo, que se fue con Natalia y Emanuel abajo de un árbol. Dice que no lo quiere ver nunca más. Yo me quedo charlando con Viviana, y ella me dice que le gusta mi onda. Natalia, una amiga suya que recién llega, va a fumar también, y Viviana se pone celosa. Dice que le quiere sacar a Cangrejo, o algo así. Darío y la novia la tratan de calmar. Mahua sigue tan ajeno a la realidad, como en toda la noche. Juega en el agua del río con Gaviota, que cada tanto se calma. Cuando vuelven de fumar, nos despedimos con abrazos emocionados. Gaviota quiere que le saquen la malla mojada, pero no le dan bola. Mahua nos deja una tarjeta con su número y dirección.
Cuando nos vamos, tomamos otra cerveza con Emmanuel y Natalia. Creo que ninguno de nosotros termina de entender qué fue esa noche. Natalia le contó, mientras fumaban, otra historia. Tuvo un hijo hace un par de años. Su novio cayó preso, y lo fue a visitar a la cárcel hasta que su tío se enteró de la relación, pero él es directivo del penal, y cada vez que ella va a ver a su novio, los guardias lo buscan para golpearlo.
Después de un rato, nos vamos a dormir.
jueves, enero 12
En el camping municipal de Posadas. Sobre el río, una playa de arena con sombrillas. Emanuel se acerca a dos chicas que toman sol y les pregunta por lugares interesantes para visitar en la provincia. Lo encuentro en el quincho del camping comprando una cerveza y me siento a charlar con ellos. Elsa debe andar por los treinta y pico, de la otra chica no me acuerdo el nombre, pero era más joven. Les contamos de dónde somos y qué estudiamos.
- ¿Están de vacaciones? – les pregunto.
- Vivimos de vacaciones – dice Elsa, y se ríe.
Cada tanto se hacen señas con dos amigos que también están en la playa. Cae el sol. De una isla cubierta de monte, a pocos metros de la orilla, salen y llegan lanchas. Nos enteramos que el grupo de cumbia Jambao va a dar un recital el fin de semana, y en la isla ahora hacen una conferencia de prensa, un encuentro con los fans. Elsa dice que antes salía todas las noches con un grupo de amigos, con los que estaban siempre juntos, pero que ahora la mayoría ya se fue, o se casó, y que por esos días salía con esa chica. Mi copiloto, dice, y se ríe. Quiere sacarla a pasear porque ella también se va en unas semanas, a trabajar a Buenos Aires y, dice, seguro que no vuelve. Después nos vamos a enterar de que la zona del camping, y el barrio de casas-quintas de los alrededores pronto va a quedar cubierto por las aguas cuando se termine la represa de Yacyretá. Muchos de los amigos de Elsa, una rubia bronceada y atractiva, vivían en el barrio, pero cobraron la indemnización y compraron departamentos en el centro. La escena se pone melancólica, como las luces de Encarnación, Paraguay, que se encienden del otro lado del Paraná. “La ciudad de las luces” va a decir Darío, más tarde, durante el asado.
Elsa y la amiga se van, pero van a volver después, dicen, para tomar algo.
- Los dejo en buenas manos – agrega Elsa, refiriéndose a José Luis.
Jose Luis, también conocido como el Cangrejo. Todos lo saludan. Es amigo desde Elsa de hace muchos años. Suele pasar por el camping, por las tardes, después de su trabajo en la gobernación. Flaco, y morocho, con la malla parece un adolescente de vacaciones, pero tiene treinta y cinco. Nos propone que hagamos un asado, junto a unos amigos suyos, y las invita a Elsa y la amiga, pero ellas dicen que van a llegar más tarde. Se despiden.
Después de fumar un porro, al que se suma Natalia, la hermana de Emanuel - yo los acompaño pero no fumo-, juntamos la plata. En una mesa están los amigos de Cangrejo, Darío, con la novia, y un viejito que nos saluda y no para de hablar ni de sonreír y decir cosas como “!Qué bueno!”, “!Qué bárbaro!”, “!Qué divertido!”, con una voz aguda, que después de un rato se me hace siniestra. Cuando Cangrejo se iba a comprar los chorizos en su bicicleta, alguien grita desde lejos. “Lo llama la hija”- dice alguien. Desde el otro lado del alambrado, una nena se acerca a abrazarlo. Nosotros saludoamos, y quedamos en volver más tarde.
- ¿Están de vacaciones? – les pregunto.
- Vivimos de vacaciones – dice Elsa, y se ríe.
Cada tanto se hacen señas con dos amigos que también están en la playa. Cae el sol. De una isla cubierta de monte, a pocos metros de la orilla, salen y llegan lanchas. Nos enteramos que el grupo de cumbia Jambao va a dar un recital el fin de semana, y en la isla ahora hacen una conferencia de prensa, un encuentro con los fans. Elsa dice que antes salía todas las noches con un grupo de amigos, con los que estaban siempre juntos, pero que ahora la mayoría ya se fue, o se casó, y que por esos días salía con esa chica. Mi copiloto, dice, y se ríe. Quiere sacarla a pasear porque ella también se va en unas semanas, a trabajar a Buenos Aires y, dice, seguro que no vuelve. Después nos vamos a enterar de que la zona del camping, y el barrio de casas-quintas de los alrededores pronto va a quedar cubierto por las aguas cuando se termine la represa de Yacyretá. Muchos de los amigos de Elsa, una rubia bronceada y atractiva, vivían en el barrio, pero cobraron la indemnización y compraron departamentos en el centro. La escena se pone melancólica, como las luces de Encarnación, Paraguay, que se encienden del otro lado del Paraná. “La ciudad de las luces” va a decir Darío, más tarde, durante el asado.
Elsa y la amiga se van, pero van a volver después, dicen, para tomar algo.
- Los dejo en buenas manos – agrega Elsa, refiriéndose a José Luis.
Jose Luis, también conocido como el Cangrejo. Todos lo saludan. Es amigo desde Elsa de hace muchos años. Suele pasar por el camping, por las tardes, después de su trabajo en la gobernación. Flaco, y morocho, con la malla parece un adolescente de vacaciones, pero tiene treinta y cinco. Nos propone que hagamos un asado, junto a unos amigos suyos, y las invita a Elsa y la amiga, pero ellas dicen que van a llegar más tarde. Se despiden.
Después de fumar un porro, al que se suma Natalia, la hermana de Emanuel - yo los acompaño pero no fumo-, juntamos la plata. En una mesa están los amigos de Cangrejo, Darío, con la novia, y un viejito que nos saluda y no para de hablar ni de sonreír y decir cosas como “!Qué bueno!”, “!Qué bárbaro!”, “!Qué divertido!”, con una voz aguda, que después de un rato se me hace siniestra. Cuando Cangrejo se iba a comprar los chorizos en su bicicleta, alguien grita desde lejos. “Lo llama la hija”- dice alguien. Desde el otro lado del alambrado, una nena se acerca a abrazarlo. Nosotros saludoamos, y quedamos en volver más tarde.
miércoles, enero 11
De la estación al camping municipal. Caravana de jóvenes cargados con mochilas atraviesan la costanera de Posadas, iluminada por elegantes faroles amarillos, lugar de encuentro de los jóvenes locales. Autos estacionados junto al Paraná, despiden música y los dueños hacen ronda de tereré helado-- llevan el agua fría en pequeños tanques térmicos de plástico, que es el producto estrella de ese gran bazar que es Encarnación, una pequeña ciudad Paraguaya cuyas luces iluminan el otro lado del río. "La ciudad de las luces" va a decir Darío, un chico de Posadas con el que vamos a comer un asado atravesado de historias y personajes. El puente Posadas-Encarnación decora la noche como un arbolito de navidad.
En la primera noche en el Camping conozco a Emanuel y Natalia. Ellos se olvidaron los parantes de la carpa, a mí me da fiaca armarla porque estoy sólo y hace muchísimo calor. Nos ponemos de acuerdo para dormir al aire libre, sobre unas colchonetas que sí tenemos. Durante la noche no habrá mosquitos, y correrá una brisa fresca que nos asegura el sueño.
Antes de ir dormir voy con otros dos chicos a seguir tomando cerveza en un boliche-parador de la playa. Suena reggaeton, y hay baile en la pista. Pero estoy cansado, y después de un rato me voy a dormir.
En la primera noche en el Camping conozco a Emanuel y Natalia. Ellos se olvidaron los parantes de la carpa, a mí me da fiaca armarla porque estoy sólo y hace muchísimo calor. Nos ponemos de acuerdo para dormir al aire libre, sobre unas colchonetas que sí tenemos. Durante la noche no habrá mosquitos, y correrá una brisa fresca que nos asegura el sueño.
Antes de ir dormir voy con otros dos chicos a seguir tomando cerveza en un boliche-parador de la playa. Suena reggaeton, y hay baile en la pista. Pero estoy cansado, y después de un rato me voy a dormir.
lunes, enero 9
El viaje empezó complicado. Los jóvenes empleados de la empresa de trenes avisaron con mucha gentileza: el tren no iba a llegar hasta las 3 de la tarde, porque había habido un incendio en Corrientes, y en esos campos, invadidos por el humo del pasto seco, el tren se había retrasado. El ambiente estaba raro. La amabilidad de los empleados debía responder a un motivo calculado, el temor de que se repitiera un brote de furia contra la empresa, como el que unos meses atrás se había expresado en la quema de un vagón y parte de una estación de otra línea de trenes.
El viaje a Misiones duró 36 horas, 12 más de las "oficiales". Ya en camino, el tren tuvo que disminuir la velocidad en Corrientes. El calor, parece, doblaba las vías y se volvía peligroso ir rápido. Cada tanto, paraba un rato en un pueblo, Alvear, Garupá, Paso de los Libres, Apóstoles, y otros. La gente corría a las canillas de agua para mojarse, y recargar las botellas. Pequeños comerciantes, se acercaban a ofrecer gaseosas de marcas exóticas y económicas, helados de 20 ctvs, empanadas caseras, sandwiches de milanesa. Los campos desiertos se continuaban unos en otros, interminables, plantaciones de arroz, bosques para el aserradero, grupos de cebúes mojando los pies en charscos de agua.
Las últimas 12 horas fueron pesadas. La gente del tren se empezó a inquietar. Muchos habían subido sin asiento seguro, y viajaban parados, en los estribos de las puertas, o sentados en los baños. Cuando el tren paraba se escuchaban en seguida gritos de protesta. Después, golpes contra la estructura del vagón, como un cacerolazo de baja intensidad. En mi vagón había un chico de unos siete años, que era la avanzada de la manifestación. Apenas paraba el tren, gritaba "Piquete!", y se moria de risa. A uno de los empleados del empresa le gritó "Polaco mentiroso!", cuando pasó por la ventana del vagón. Al final llegamos, y me despedí de las familias que conocí en el viaje. Abuelos que llevabana a sus nietos de vacaciones, un marido y su esposa que iban a festejar el cumpleaños de un cuñado, dos hermanas hermosas que iban a pasar el verano con sus abuelos de Posadas.
El viaje a Misiones duró 36 horas, 12 más de las "oficiales". Ya en camino, el tren tuvo que disminuir la velocidad en Corrientes. El calor, parece, doblaba las vías y se volvía peligroso ir rápido. Cada tanto, paraba un rato en un pueblo, Alvear, Garupá, Paso de los Libres, Apóstoles, y otros. La gente corría a las canillas de agua para mojarse, y recargar las botellas. Pequeños comerciantes, se acercaban a ofrecer gaseosas de marcas exóticas y económicas, helados de 20 ctvs, empanadas caseras, sandwiches de milanesa. Los campos desiertos se continuaban unos en otros, interminables, plantaciones de arroz, bosques para el aserradero, grupos de cebúes mojando los pies en charscos de agua.
Las últimas 12 horas fueron pesadas. La gente del tren se empezó a inquietar. Muchos habían subido sin asiento seguro, y viajaban parados, en los estribos de las puertas, o sentados en los baños. Cuando el tren paraba se escuchaban en seguida gritos de protesta. Después, golpes contra la estructura del vagón, como un cacerolazo de baja intensidad. En mi vagón había un chico de unos siete años, que era la avanzada de la manifestación. Apenas paraba el tren, gritaba "Piquete!", y se moria de risa. A uno de los empleados del empresa le gritó "Polaco mentiroso!", cuando pasó por la ventana del vagón. Al final llegamos, y me despedí de las familias que conocí en el viaje. Abuelos que llevabana a sus nietos de vacaciones, un marido y su esposa que iban a festejar el cumpleaños de un cuñado, dos hermanas hermosas que iban a pasar el verano con sus abuelos de Posadas.
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