El último día en Posadas fuimos a Encarnación. Es el paraíso del todo por 2 pesos, la esencia del barrio de Once concentrada en un pueblito que se cocina bajo el sol más asesino que sentí en mi vida. Mientras mostramos documentos en la entrada, compro un desayuno por 1 peso: un chipá y una gaseosa paraguaya con gusto a piña. Después del puesto de frontera, empieza la feria, y sigue hasta cubrir todas las calles. No sé donde viven los que viven en Encarnación. Quizás el pueblo queda deshabitado durante la noche, quizás no es un pueblo y la idea de que alguien viva en él es tán fantástica como un shopping habitado por una tribu escondida y olvidada.
Somos un grupo de unos diez que llegamos en el tren. Podemos comprar: termos de plástico, de lata, anteojos, remeras, mallas, discos truchos, radios, discman, Mp3, relojes de plástico, seudo Rolex, camaras digitales, pantallas de plasma.
Me compro unas bermudas, 15$, en Buenos Aires, 45$. Natalia compra termo, pollera, pantalón, rollos de fotos, y más. Unos chicos de la plata también se entusiasman. Acá ofrecen Mp3 512MB 210$. Pero no es Sony bueno, es Sony de Encarnación.
Tomamos jugo de ananá, recién hecho, y comemos carne asada en palitos. Para comprar la carpa que le falta a Natalia atravesamos una calle hasta la última de unas 20 cuadras. Más allá empieza un camino de tierra que sube, y se vislumbran las primeras chacras, matorrales verdes y apretados. El campo paraguayo, del que nada sabemos.
Volvemos con la carpa-- para 3 personas 37 pesos: una ganga. Ahora vamos en busca del Bar Tokyo. Cangrejo nos dijo que era el mejor bar de Encarnación, y parecía saber de lo que hablaba. No está mal, pero esperabamos algo más. En realidad, pareciera ser el único bar del pueblo.
Tomamos cerveza, y dejamos que se nos acerquen vendendores ambulantes que recorren las calles con pequeños mercados a cuestas. Se regatea duro. Un chico artesano que viaja a Brasil, logra bajar de 7 a 2 pesos una tijera. Es admirado por el resto de la mesa. Por la calle pasan autos importados, un taxi Mercedes Benz, varios Chrysler, y los vemos estacionarse entre cajones de frutas pasadas, en calles sucias, como en las películas americanas que hacen caricaturas de los narcos colombianos. Desde las mesas del bar vemos un viejo edificio oxidado. Se impone sobre los techos de los negocios. Está abandonado, nos cuenta después un chico con el que apenas nos entendemos, está torcido varios centímetros para un costado, como una torre de Pisa también marca Encarnación.
Volvemos cansados, y conseguimos unos remises que nos llevan de vuelta por 3 pesos. Cruzamos el puente que une Paraguay con Argentina, y en el puesto de frontera nos frotamos los pies con la alfombra química que hay que pisar para no llevar microbios extranjero.
Escribo esto en el locutorio de la plaza de Capioví, a punto de tomar el micro para El Dorado. El viaje va muy bien.
Suena cumbia que no es la de argentina.
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