En el camping municipal de Posadas. Sobre el río, una playa de arena con sombrillas. Emanuel se acerca a dos chicas que toman sol y les pregunta por lugares interesantes para visitar en la provincia. Lo encuentro en el quincho del camping comprando una cerveza y me siento a charlar con ellos. Elsa debe andar por los treinta y pico, de la otra chica no me acuerdo el nombre, pero era más joven. Les contamos de dónde somos y qué estudiamos.
- ¿Están de vacaciones? – les pregunto.
- Vivimos de vacaciones – dice Elsa, y se ríe.
Cada tanto se hacen señas con dos amigos que también están en la playa. Cae el sol. De una isla cubierta de monte, a pocos metros de la orilla, salen y llegan lanchas. Nos enteramos que el grupo de cumbia Jambao va a dar un recital el fin de semana, y en la isla ahora hacen una conferencia de prensa, un encuentro con los fans. Elsa dice que antes salía todas las noches con un grupo de amigos, con los que estaban siempre juntos, pero que ahora la mayoría ya se fue, o se casó, y que por esos días salía con esa chica. Mi copiloto, dice, y se ríe. Quiere sacarla a pasear porque ella también se va en unas semanas, a trabajar a Buenos Aires y, dice, seguro que no vuelve. Después nos vamos a enterar de que la zona del camping, y el barrio de casas-quintas de los alrededores pronto va a quedar cubierto por las aguas cuando se termine la represa de Yacyretá. Muchos de los amigos de Elsa, una rubia bronceada y atractiva, vivían en el barrio, pero cobraron la indemnización y compraron departamentos en el centro. La escena se pone melancólica, como las luces de Encarnación, Paraguay, que se encienden del otro lado del Paraná. “La ciudad de las luces” va a decir Darío, más tarde, durante el asado.
Elsa y la amiga se van, pero van a volver después, dicen, para tomar algo.
- Los dejo en buenas manos – agrega Elsa, refiriéndose a José Luis.
Jose Luis, también conocido como el Cangrejo. Todos lo saludan. Es amigo desde Elsa de hace muchos años. Suele pasar por el camping, por las tardes, después de su trabajo en la gobernación. Flaco, y morocho, con la malla parece un adolescente de vacaciones, pero tiene treinta y cinco. Nos propone que hagamos un asado, junto a unos amigos suyos, y las invita a Elsa y la amiga, pero ellas dicen que van a llegar más tarde. Se despiden.
Después de fumar un porro, al que se suma Natalia, la hermana de Emanuel - yo los acompaño pero no fumo-, juntamos la plata. En una mesa están los amigos de Cangrejo, Darío, con la novia, y un viejito que nos saluda y no para de hablar ni de sonreír y decir cosas como “!Qué bueno!”, “!Qué bárbaro!”, “!Qué divertido!”, con una voz aguda, que después de un rato se me hace siniestra. Cuando Cangrejo se iba a comprar los chorizos en su bicicleta, alguien grita desde lejos. “Lo llama la hija”- dice alguien. Desde el otro lado del alambrado, una nena se acerca a abrazarlo. Nosotros saludoamos, y quedamos en volver más tarde.
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