lunes, enero 30

Proyecto de reseña. En el centro de Buenos Aires, por la avenida San Juan, bajo el sol, sube a paso tranquilo un hombre con una bolsa de naranjas. Musculosa amarilla, bermudas azules, quizás hincha de Boca. Gorrita con visera. La leyenda de su remera: ¨Intel inside¨.
Surgió en una charla post-asado en casa de un amigo. Tema: provincia de Formosa. A saber, referencias de cualquier tipo que involucraran a la provincia, pero nadie pudo nombrar un sólo lugar que hubiera visitado, o le hubieran sugerido, o que supiera que hubiese sido visitado por alguien conocido. Políticos de Formosa, artistas, música, historia. Una entrada vacía en el mapa. Meses después, otra conversación. Josefina trabaja de censista en el programa de beneficiarios de planes sociales del Gobierno de la Ciudad. Viajó a Formosa, y comió carne de ñandú en una reserva de aborígenes pilaguá. Los engordaban para comerlos en la cena de nochebuena.
En el centro de Florianópolis se encuentra la plaza 15 de noviembre, de cuyo centro brota una enorme higuera de más de doscientos años. Sus gruesos brazos necesitan apoyarse en estacas de hierro que se clavan en el pavimento. A la sombra de la higuera unos viejos juegan dominó. Suenan de fondo, una y otra vez, los acordes de ¨Let it be¨ interpretados con quena y otros instrumentos de viento, como un colchón sonoro de romanticismo meloso. Un peruano, con un equipo de música, vende los discos de grandes éxitos internacionales grabados con instrumentos del altiplano. En verano trabaja en Florianópolis.
Con cosas así se podría escribir algo. Pero lo que sea que es dejaría de ser (un proyecto), y se convertiría en una pobre copia de sí mismo- y Wembley desconsolado se hunde poco a poco en un pantano de escepticismo. Alejo y Pablo no dejarán que eso suceda.
En los pasillos de un viejo museo abandonado, se reúnen cada mes, durante una noche decidida de antemano. Son un selecto grupo de iniciados que recorre el edificio y baila al ritmo de la música electrónica emitida a tal fin por parlantes que ellos mismos instalaron. Cubren sus rostros con máscaras, y muchos años después serán objeto de notas de periódico cargadas de emoción, serán recordados con nostalgia como la expresión, ya superada, de un entusiasmo utópico y voluntarista.

Los cyber de Florianópolis. Evocar en un soneto prolijo la generosa hospitalidad de los locutorios de Buenos Aires a 1 $ la hora. Mucho se ha escrito sobre la escritura a cambio de dinero, cada palabra vendida a un precio específico, el escritor que oferta su fuerza de trabajo. Pero los cyber de Brasil son una puerta abierta para la experimentación más desenfrenada. Pagar para escribir. Consumir los ahorros en un blog que describa, preciso y elegante, el proceso de escritura de un blog que lleva a la ruina a su responsable.

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