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miércoles, noviembre 22

Palermo

Hoy me desperté con el sonido de una motosierra. Subí la persiana de mi cuarto, y por la ventana pude ver a dos obreros subidos a la copa de un árbol. Pensé que lo estarían podando, pero en pocos minutos se hizo obvio que lo que querían era tirarlo abajo. Ya habían arrancado casi la mitad de las ramas. Podía verse el esqueleto del árbol y los lugares en los que habían hecho los cortes de donde antes surgían las ramas cargadas de hojas. El árbol era enorme, la copa era más grande que el living de mi casa, y llegaba hasta el tercer piso.
Les grité a los obreros que qué hacían y por qué lo tiraban. Se hicieron los boludos diciendo que eran de la municipalidad. Bajé y di la vuelta manzana hasta la escuela en cuyo patio se encuentran (o se encontraban) los restos del árbol. Me dijo la portera que lo sacaban porque las raíces se habían metido por abajo de una medianera, y que entonces los chicos, en el patio, corrían peligro de ser aplastados por la pared en caso de que las raíces crecieran, empujaran la estructura, etcétera. No había agentes de la ciudad ni nada parecido.
Después fui al CGP. Ahí me enteré de que los árboles que crecen en los pulmones de manzana son de los propietarios y que éstos pueden sacarlos cuando así lo desean. Tenía la vaga esperanza de que fuera ilegal (debería serlo). De todas maneras, el hombre del CGP me dijo que podía hacer un pedido de inspección de obras en caso de que se estuvieran haciendo edificaciones sobre el terreno del pulmón. De hecho es el caso. La tala de este árbol en realidad forma parte de una campaña indiscriminada que empezó hace un par de días con la destrucción de un alto pino que tambien podía verse desde la ventana de mi cuarto, y que se erguía sobre un contrafente blanco de ventanas cuadradas que lo enmarcaban. En el patio de dicho edificio sí están haciendo obras de ampliación, construyendo habitaciones sobre lo que antes era un jardín lleno de plantas.
Hace mucho que vivo en este departamento, casi desde que nací. De hecho, quiero irme . Pero ahora que no están estos dos árboles no sé qué pasará con los pájaros que llegaban todos los veranos, copaban el pulmón y hacían ruido cuando salía el sol. Eran cientos y formaban un pequeño ecosistema, lo más parecido a una vida salvaje a la que puede aspirar la ciudad. En fin, me acordé de Tolkien y de su nostalgia por los bosques de Europa arrasados por la modernidad. Tolkien, que ya era nostalgia de segunda o tercera mano, capa tras capa de barniz melanco, había nacido en Sudáfrica y reinventado el mito de la campiña inglesa. Esto, entonces, ya no sé lo que es (Buenos Aires, 2006). Es pura suerte, como dice el Indio Solari.

martes, octubre 10

Palermo

Crónica TV ayer a la tarde en el bar Quilates emitía informes de catástrofes y se preguntaba ¿Qué le pasa al Planeta? Tantos huracanes, terremotos y tsunamis. Corea del Norte que avisa -sonríe la presentadora oriental- que probaron una bomba atómica. En Corrientes y Callao, un homenaje al Che Guevara corta el tránsito. LLegó la Primavera, dice Crónica, 28º3´. Siguen las peleas de famosos en el concurso de baile, la kermesse que nos lleva de vuelta a nuestros pagos.
Después en casa [p.] me cuenta de su viaje a Bariloche. Dice que fue a los laboratorios de Richter en una isla del Nahuel Huapi. Richter era un científico alemán que repatrió el peronismo en los ´40, y al que Perón financió para que desarrollara la energía atómica. Una vez dijo -y lo anunciaron los diarios, gesta argentina - que había fabricado una bomba: "Tenemos la atómica...". Pero todo fue una farsa, y con el tiempo dejaron de pasarle plata y los laboratorios fueron abandonados (no sé cuánto hubo de cálculo en esa mentira del Profesor, o de broma, o de utopía).
Dice [p.] que en la isla quedan las paredes del viejo laboratorio, derrumbadas y llenas de disparos, porque allí entrenó, cuentan los lugareños, una compañía de soldados poco antes de partir al Atlántico, a la guerra de Malvinas.

jueves, septiembre 28

Palermo

Camino por Avenida Santa Fe. En la puerta del banco HSBC, esquina Coronel Díaz, se ven chicos que pasan y señalan hacia arriba, al edificio de enfrente, donde vive Charly García. Los jueves a la tarde, se les suman los del grupo de oración que rezan Aves Marías con un megáfono.
Después de la crisis del 2001, cuando se confiscaron los ahorros, las protestas de los ahorristas tomaron la misma forma. Ese verano hubo una familia que llevó sus resposeras y una sombrilla al hall del banco, y llamó a los medios: la plata de sus vacaciones había quedado atrapada en el corralito dispuesto por el Gobierno. Los viejos del HSBC son la pesada del Opus local (son la vanguardia): hacen marchas de reclamo a Dios con los "Únicos, los mejores, los métodos piqueteros".
Eso ya se vió: el final del "Diamante grande como el Ritz" de Fitzgerald. El millonario que sube a la montaña y le ofrece a Dios una coima para que lo dejen en paz. Ese feeling de fin de los tiempos.

martes, septiembre 12

Palermo

"En este barrio manda Calabró", dijo el chico que pide monedas en Plaza Malabia. Llevaba un cartón de vino en la mano. "Sí, claro" respondió el señor que paseaba un perro salchicha, "vive acá la vuelta". Se fueron charlando. Lo llegué a ver a Calabró, cabizbajo, dobló la esquina.

martes, mayo 2

Palermo Hollywood

El viernes a la noche salí a comprar vino para llevar a una fiesta. Eran más de las once de la noche, "Washinton" el marcadito de los chinos había cerrado, los quioskos de Scalabrini Ortiz hace tiempo que no venden alcohol por decisiones municipales. Como me pasa cada vez que tengo que salir a buscar un local habilitado para venta de alcohol, sentí un poco de nostalgia por la época en que bastaba con pasar por el quiosko.
Hace unos días vi pasar a un chico en bicicleta, serían las tres de la mañana, llevaba en el manubrio -hacía equilibrio aunque sin elegancia- con un cajón de botellas de cerveza. No es una imagen infrecuente, gente que busca el quiosko, que pregunta por el dato que permita conseguir bebida para seguir, o empezar, la noche. En general me acuerdo de la única vez que terminé en una comisaría. Fue en Chile con mi amigo Franco, una noche en la que esperábamos gastar los últimos billetes de nuestro presupuesto antes de tomar el micro de regreso a Buenos Aires al otro día. Los carabineros que se nos acercaron -estábamos sentados en el cantero de una plaza, conversando con nuestra botella de ron y coca - ni nos dirigieron la palabra. Les bastó con oler la botella para confiscarla y llamar un celular por walkie talkie. Así llegamos a la comisería. En Chile no se puede tomar alcohol en la calle. No nos podían creer -eso dijeron- que en Buenos Aires sí. Qué peligro, dijo uno.
La pregunta sería para qué querés una plaza si no te podés sentar en ella a tomar una cerveza. Los vecinos más sensibles del barrio juntan porotos de información manipulada para que el gobierno restrinja todavía más el espacio público a los jóvenes: en Palermo hay patotas dice el padre de un chico muerto en un episodio tan oscuro que hace un mes que todos buscan un asesinato que nadie encuentra.

Entonces el viernes pasado lo vi. Caminé hasta Santa Fe. Él estaba parado en la puerta del Banco de Galicia, Santa Fe y Sacalabrini. Se refugiaba de la lluvia bajo el pequeño alerón que sobresale de las puertas de vidrio. Pelado, campera caqui militar. Juro por Dios que tenia un ojo tatuado en la frente. Lo volví a ver cuando pasé para tomar el colectivo, una hora después. Seguía en el mismo lugar, no parecía tener frío, no parecía esperar a nadie. Me devolvió la mirada. Seguí de largo.
Cuando volví casi a la mañana el hombre ya no estaba.