viernes, mayo 25

Adorno se recibe de show-man

¿Qué hacer? Eso se pregunta Adorno. Corre el año 1931 y en la clase inagural de su nuevo cargo de profesor, se dispone a darle algún sentido a su profesión. Podemos imaginarnos la lectura cansina de su paper ante un público sumido en el silencio; acaba de invalidar, en siete carillas y media, casi todos los proyectos filosóficos vigentes hasta la fecha. Ahí lo habíamos dejado en nuestro úlitmo post. ¿Qué hacer?, entonces. Suenan los grillos en el aula magna. Entra un chiflete por los postigos. La respuesta es más filosofía, pero distinta de la anterior. ¿Una post-filosofía? Muchos bostezan, algunos revisan mensajes en sus celulares. Unos pocos se aferran nerviosos a los apoyabrazos de sus asientos. El joven filósofo bebe un sorbo de agua. Cae la tarde en Frankfurt y desde el cercano centro comercial llega el rumor de las masas de empleados que salen de trabajar y se dirigen a los bares de "happy-hour". Adorno prosigue sin alzar la vista de su texto. Se lo ve tranquilo, más confiado de lo habitual. O al menos eso piensa una oscura eminencia sentada a metros del estrado. Otra vez se pregunta por la actualidad de la filosofía, y el sector crispado del público vuelva a rasguñar los tapizados. Adorno maneja los tiempos, hace una pausa y sigue de largo. No hay post-filosofía, por ahora.

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De hecho, no está claro qué es lo que hay. Después de repasar el fracaso de los distintos sistemas e intentos filosóficos, Adorno abandona cada uno de esos proyectos en el momento en que muestran la hilacha. El panorama que describe es el de una tradición filosófica que se desmorona frente a las preguntas por el Ser y la totalidad. Para Adorno el planteo de la filosofía ya no puede ser una mejora, un intento por pensar otra vez las mismas preguntas que la constituyen desde hace 2000 años. La actualidad de la filosofía es su crisis, es actual, o puede serlo, en la medida en que se confronte con esa pregunta que hasta entonces había dado por descontada. ¿Y si la filosofía no pudiera? ¿Si en realidad no hubiera respuesta para sus preguntas? ¿Cuál sería su actualidad, su lugar, una vez asumida esta imposibilidad? Por otro lado, Adorno no es el único en criticar a la filosofía. De hecho, lo suyo es una forma de salvarla frente a ataques provenientes de otras ramas del saber. La lógica y la matemática, por un lado, que convierten a la filosofía en auxiliar de la ciencia. Reducida a su expresión formal, la filosofía se convierte en una especie de patrullaje del discurso, una regulación de los enunciados para garantizar su validez, su adecuación a los requisitos de orden y verificabilidad. Lo demás es la locura del arte. Esa filosofía cientificista tenía su archi-enemigo, un tipo de filosofía literaria, en palabras de Adorno, menos interesada por el problema de la verdad que en los infinitos y complicados decorados con los que puede disfrazarse. Es preferible, dice Adorno, dejar que la filosofía se extinga antes que salir a "ayudarla" con ideales literarios y "falsas ideas". Ahí lo tenemos a nuestro hombre, entonces. En la catástrofe, parado encima de los restos de una tradición sobrevolada por buitres hambrientos. Con una mano les hecha flit a los filósofos de la ciencia y sus planes de convertir a la filosofía en un cuerpo policial de expertos en Lógica. Con la otra, saca el revólver y dispara contra las hordas de poetas que vienen por la filosofía para convertirla en pasto de las musas. Ahora sí, Adorno está agitado. Una gotas de sudor le brilan en la frente. Otro sorbo de agua. Esta crisis es la actualidad de la filosofía, pero también es su única forma posible si lo que pretende es otra cosa que convertirse en una justificación del mundo tal cuál es, de "la situación social y espiritual existente". Para no ser eso, la filosofía no puede más que poner en duda, una y otra vez, su derecho a existir, su aspiración a la verdad.

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Pero esta imagen no es (digamos...) muy precisa. En realidad, lo de Adorno no es un rechazo absoluto de las pretensiones de la ciencia. De hecho, le encuentra efectos positivos a este acercamiento. La filosofía vuelve a pensar la materialidad, la concreción real de los problemas. En su disputa con la ciencia, la filosofía no vuelve a una esfera de puro razonamiento, pero tampoco se convierte en una herramienta ultra específica. La filosofía no es el espacio de la ratio autónoma dedicado a resolver sus propias preguntas sobre el Ser y la totalidad, pero tampoco es ese campo dedicado a emparchar la ciencia con planteos generales y abstractos, a fundamentar sus verdades, o a reafirmar su autoridad. La idea de Adorno es que la filosofía va y viene respecto de la ciencia. Se opone a la ciencia en que carece de "resultados" casi por completo. Su tarea es la de volver una y otra vez sobre la realidad, y la de hacer con ella una interpretación con aspiraciones de verdad. Pero la paradoja, dice Adorno, es que la filosofía carece de una clave para descifrar el mundo. Ya lo dijimos, "los símbolos de la filosofía se han derrumbado". Los filósofos, entonces, se dedican menos a reafirmar las verdades de la ciencia o de la filosofía, que a montarse sobre ellas justo donde otros las abandonan. Frente a los "resultados" de la ciencia, la filosofía socava sus pretensiones de verdad. Interpreta el mundo, pero no en busca de un sentido: no hay un sentido anterior, no hay un orden destruido y, por lo tanto, no se trata de recomponer nada. Entonces, ¿a qué venía lo del derrumbe? ¿Y cómo se puede interpretar algo que no tiene sentido?

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Ya es de noche en Frankfurt, y hace rato que las luces amarillas de la calle se cuelan por los ventanales. El clima en el salón de actos es cada vez más espectral. Adorno pide que enciendan las luces, "Me olvidé las diapositivas", dice, "van a tener que imaginárselo uds. mismos". "Está bien!!", gritan desde el público. Aprobado el chiste, Adorno sigue con la lectura.

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