domingo, octubre 7

Hoy pensé en un poema que me dieron ganas de escribir hace un tiempo. Iba a ser una visión panorámica hecha de recuerdos de mis primeros años de televisión. Retazos de imágenes, escenas perdidas en el inconsciente, acumuladas desde la infancia más remota y sedimentadas, de un modo u otro, en el algún lugar de la memoria. Flashes entrevistos, surgidos al pasar en el rabillo de una atención desenfocada -la mía-, intervenida y prolongada a través de una cadena de asociaciones rota cuyos fragmentos perduran en los recovecos de nuestras mentes, conectadas desde hace años a las usinas audiovisuales de un mundo que no para de disgregarse en dimensiones paralelas, en universos a los que, sin saberlo, quedamos vinculados a través de imágenes por las que sentimos una nostalgia casi siempre imperceptible. Hasta que un día volvemos a pensar en un mono vestido de marinero; lo vemos asomarse a la ventanilla de un camión mientras se ríe y saluda al chófer y ambos surcan la inmensidad de las rutas estadounidenses. Atardece. Una abejita de pelos naranjas y enrulados baila can can rodeada de palmeras de utilería. De la oscuridad emergen las siluetas de un grupo de hombres vestidos de saco y corbata; un reflector los sigue hasta una mesa. Se sientan. En medio de un bosque un grupo de personas -llevan máscaras venecianas, lucen agotados- avanzan a tientas entre la niebla, los árboles secos y la hojarasca. Una familia de sobrevivientes se levanta bajo la lluvia en el banco de arena en que acaba de encallar su barco, libres por fin del asesino trastornado que los tuvo de rehénes hasta hace unos instantes. Son bultos acurrucados en la noche, parecen animales detenidos por el miedo, o seres esponjosos adheridos a las rocas de un planeta hóstil y venenoso. Es por unos segundos una escena confusa y siniestra hasta que los espasmos de miedo de sus cuerpos empiezan a dominarse, terminan por devolverles su fisonomía humana y disipan el manto ominoso que los cubre, un manto que, sin embargo, queda flotando en la pantalla mientras aparecen los títulos y la película se disuelve para siempre en el magma de la transmisión.
Los arquetipos de Jung puestos a hibernar en un limbo de recuerdos y desecho audiovisual.

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