martes, marzo 11

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Ahora me suena medio oportunista, pero a la vez no puedo dejar de escribirlo hoy cuando hace unos días que vengo pensando en el blog, y en que voy a mantenerlo aunque llegue a una frecuencia de posteo dilatada y casi de abandono. En realidad, un blog abandonado es una impostura, porque a lo sumo lo que sucede es una variación en los intervalos de tiempo entre un post y otro. O esa es la coartada a la que puede apelarse para dejar siempre en suspenso el hilo de una historia, que es en el fondo lo que todos los blogs terminan construyendo. Y eso a pesar de que no se den cuenta, o se nieguen abiertamente y opten por volver invisible al yo encargado de escribir. Me suena que el enganche de un blog pasa por el hecho de que permite leer esas series de detalles y comentarios que parecen triviales tomados por separado, pero que leídos en orden y a la espera de nuevas entregas terminan armando la imagen medio monstruosa de alguien. Del otro lado hay una persona que escribe sobre algún tema, y el blog va mostrando una progresión que promete ser infinita y se compone de posts más o menos felices, que hacen entrever al que escribe y que lo muestran en su habitual tarea de guionar el progreso de su propia historia. Aunque no haya historia. Sin duda eso es lo que tienen de particular los blogs, que muchos de sus detractores no ven porque se confunden y en lugar de tomarlos como lo que son (un soporte de la escritura, como lo fueron los cuadernos Gloria y las tablillas de cera), acaban por compararlos con géneros literarios como la novela o la auto-biografía. Un crítico que hubiera querido hacer una panorama de la literatura, con la misma línea de análisis, habría dicho que los anotadores espiralados estaban degradando el estatus de la lengua escrita debido a la proliferación de listas de supermercado y mensajes a medio redactar, una avalancha de banalidades de la que eran claros responsables. Pero ni los blogs ni las biromes crearon nuevas formas literarias por sí mismos. A menos que un género pueda definirse como la acumulación de páginas cosidas y pegadas contra un lomo, de volumen variable, que serían los libros, o como la creación de un archivo de párrafos e imágenes a un ritmo irregular y sin plazos definidos, que serían los blogs. En realidad toda la movida cobra consistencia gracias a una maniobra muy común en medios como la prensa escrita y televisiva. Se trata de realizar alguna valoración, enjuiciamento, o entablar un diálogo con un recorte determinado de la sociedad. Toda la eficiacia de lo cual depende de que ese colectivo de personas, en este caso los bloggers, no existe como tal -quedó dicho- y por lo tanto es poco probable, más bien imposible, que se presente ante tales medios para rebatir los argumento, o seguir la charla. En "Sociedad", los "jóvenes" pueden ser la variable de ajuste de una gama de conflictos sociales que van de las drogas y el automovilismo irresponsable, al sexo desinformado o la apatía política. Pero es raro escuchar a un "joven" que responda como tal a las supuestas acusaciones, o que lo haga sin caer en el ridículo. Hace poco, los analistas políticos se dedicaron a consolar y alzar la voz por los olvidados. En este caso, se trataba de los votantes de Roberto Lavagna, que acababa de decidir colaborar en el reordenamiento del PJ. Según buena parte de la prensa, cundía el desánimo y el más rancio escepticismo entre aquellos demócratas. Se esperaban manifestaciones y marchas de repudio, revueltas y tal vez hombres bonzo incinerando su fe en la Plaza de Mayo. Los "bloggers" son tan reales como los "votantes defraudados de Roberto Lavagna".

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