lunes, noviembre 26

Para una definción de la merceología, II

Entonces, releí los últimos artículos de Selci-Iglesias. Me queda claro que hay una zona (vasta) de la crítica cultural contra la que dirigen sus textos, sus dardos como dicen los suplementos dominicales. Los reciben el post-humanismo de Sloterdijk, las post-literatura de Ludmer y -en el último número de PLANTA- la museificación de las ciudades según Huyssen, entre varios otros. A grandes rasgos, entiendo que el proyecto consiste en cambiar el eje de una discusión que termina planteada en términos más o menos abstractos, como cuando la crítica diseña un campo de juego en el que se autoriza a sí misma para identificar zonas de resistencia, líneas de fuga respecto de los agujeros negros de la cultura oficial. No pienso en nada muy elaborado. Me vienen a la mente las operaciones más burdas, la crítica convertida en ejercicio monográfico, las expediciones por la ciudad en busca del último de los flaneurs, la tendencia a leer sentidos inabordables, rizomas de signos como micro-raves espontáneas y ocultas en el, por otra parte, cansino y opaco texto del mundo. Esa crítica busca lo impensable, el pliegue ignorado o reprimido de la cultura, los sentidos latentes, el porvenir. Pero lo que argumentan Selci-Iglesias es que esta crítica termina configurando una especie de clásico de la AFA, un partido entre dos equipos que en sí mismo no carecería de interés, pero que termina decepcionando porque lleva la marca de una victoria (o derrota) decidida de antemano. Los flaneurs tendrán su momento de gloria, esa epifanía de ocio y tiempo malgastado como crooners en ciudades en ruinas, y así mismo habrá lugar para el devenir menor de los deleuzianos, y para los ejercicios de escritura como intervención de los barthesianos sobre una página en blanco a la espera de un sentido que, como Godot, nunca llega.
Había un texto de Huyssen en el que se refería a su paseo por una bienal de Alemania, supongo que en los '90. Decía que el arte de vanguardia, que alguna vez había hecho el amague de romper las barreras entre el "creador" y su "público", varias décadas después había vuelto a encerrarse tras las vitrinas de las instituciones, esta vez amparado por el mercado. En todo caso, las obras habían recuperado el "aura". La crítica sería -aunque esto lo agrego yo-, parte de esta infraestructura, una técnica de promoción, un medio para acumular capital simbólico, prestigio, sofisticación, una estrategia para tornar "interesante" al objeto en sí. Me parece que algo de eso hay, a veces, cuando el arte adquiere valor como forma de disidencia, y termina recibiendo un trato igual de condescendiente ya se trate de galeristas, críticos académicos, prensa o gestores estatales, cuando el Gobierno de la Ciudad subsidia bandas de graffiteros para que diseñen las paredes de las plazas, en un gesto que podría leerse como la cooptación de la contra-cultura, la claudicación de los últimos vestigios de cultura joven combativa.
Selci-Iglesias se corren de ese eje. La pregunta podía ser: ¿Cómo es posible que las crestas de los punks, que atemorizaban a los puesteros artesanos en el Parque Centenario de los años ´80, hayan devenido una estética potable al punto de que algunos de sus derivados reciban subsidios por parte de las instituciones encargadas de promover la Cultura? O, mejor dicho, ¿qué hacemos ahora que las vanguardias ya no asustan a nadie? Lo de Selci-Iglesias, con su idea de una perspectiva merceológica (lo que sea que eso implique), pretende cambiar el ángulo. Si las tachas ya no alcanzan para combatir al Capital (como interpretan los analistas del fin del rocanrol), lo que se ofrece es un replanteo de los términos, una inscripción del objeto en "un horizonte cultural, un “mundo” hermenéutico para el cual fue producido, y en el que su utilidad es percibida como tal." Valor de uso. Mejor sigo otro día.

2 comentarios:

Mariano dijo...

hoy pensaba que una particularidad de los artículos Iglesias-Selci es que si bien son una "vuelta a Marx" (y es inevitable la referencia letrosa a esa idea de foucault en "¿qué es un autor?" según la cuál Marx y Freud instauran un tipo de discurso al que siempre se vuelve para contraponerlo a las desviaciones de sus pretendidos seguidores) no toman los conceptos que normalmente se usan en las interpretaciones marxistas, o sea, la lucha de clases y la dialéctica. Pareciera que los conceptos merceológicos de valor de uso y valor de cambio, si bien no son transhistóricos, tienen un nivel de formalización que los aleja de lo que sería el depósito de lugares comunes de la interpretación marxista (p.ej. que tal autor es burgués o que retrasa en relación al timing la dialéctica del proletariado, lo que sería típico en Lukács por ejemplo), demasiado contenidistas -se me ocurre-, así como de la crítica subjetiva de la experiencia. Se me ocurre que sería interesante contrastar su discurso con el de Agamben en el capítulo de Estancias en el que analiza las grandes exposiciones industriales. Me da la impresión -habría que leerlo bien- que Agamben utiliza los conceptos de valor de uso y de cambio, pero sin rechazar lo que sería el análisis de la experiencia que hace Benjamin en su texto sobre Baudelaire.

Ariel Guallar dijo...

maldita basura intelectual jjaajajaja