sábado, febrero 3

Baudelaire

Los fragmentos de Benjamin en “Zentral Park”. Él mismo da su teoría: “La particular belleza de los comienzos de tantos poemas de Baudelaire: su emergencia desde el abismo.” Los párrafos de Benjamin también llegan sin aviso, y desaparecen. Después vienen otros, y de repente no vienen más. En cada párrafo se repite el mecanismo, y todo termina antes de que aparezca repuesto el contexto que podría tornar legibles cada uno de los elementos mencionados. Tiene algo de enigma. Y de efecto sorpresa. “Spleen como dique contra el pesimismo”. O, mejor, “el heroísmo” de nuestro hombre en Cythéres. El heroísmo de Baudelaire. Por un costado sociológico, como poeta que escribía con las formas y supuestos de una poesía cuyos días estaban contados aunque nadie lo supiera. Porque siguió escribiendo mientras el barco de la lírica se perdía en el horizonte. Supongo. Pero mejor todavía, la línea que va, en un mismo párrafo, del heroísmo a la mujer lesbiana, y pasa por la renovación técnica de los talleres industriales del siglo XIX. Viñas y Borges, para hablar de densidades. Una frase que recorra siglos de historia y los ofrezca bajo la forma de una experiencia. Que permita recomponer el tiempo transcurrido durante la lectura, recordarlo y traducirlo antes de que el sentido se pierda en el infinito ruido del mundo.
Baudelaire payaso, entonces, según Benjamin. Obligado a representar la comedia del poeta. La burguesía estaba a punto de dejarlo sin empleo, y un nuevo campo se abría para nuevas formas de circulación del arte. De la dignidad del mecenas, que Baudelaire nunca tuvo, a la honesta lucha por un lugar en los medios. Me acuerdo de una definición de la elegancia que leí una vez, de Enrique Symns. Todos caen, tarde o temprano, pero elegante es aquél que mientras cae, y en el momento previo, justo antes de estrellarse contra el piso, se acomoda la ropa, sonríe y saluda a la platea. Lo anacrónico como la piedra en el camino de la historia.

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