Terminé de leer Estancias de Giorgio Agamben.
Salí a pasear por San Telmo y llegué a este locutorio de la calle Tacuarí. Los chicos se gritan indicaciones por encima de las computadoras, como agentes de bolsa complotados entre sí. Parece que organizan un ataque coordinado sobre alguna capital del mundo, y los veo festejar con choque de manos y quedar extasiados frente a la pantalla (todo salió bien).
El otro día vi los Niños del hombre. Hacía mucho que no me dejaba tan melancólico una película. Un simulacro del fin de los tiempos. Otra vez los campos, el soldado bipolar, los militantes con bombas y buenas intenciones; el héroe es alcohólico y lleva un gabán negro, un viejo hippie pone a los Beatles mientras todo vuela en pedazos. La esperanza más firme es una leyenda urbana nacida, supongo, de los foros de Internet. En un campo de concentración, una marcha encabezada por un árabe con caballo y ametralladora.
Agamben retomó la crítica de Benjamin en el El origen del drama barroco alemán. Escribe contra el desprecio del símbolo, contra la reducción de la metáfora a una forma impura de significación. Su crítica está destinada a desmonatar la concepción del símbolo como forma viciada en tanto que referencia a un original a través de elementos ajenos a él. En el símbolo una imagen o un objeto ocupan el lugar de otra cosa, y de acuerdo con la línea de pensamiento iniciada por Hegel en su Estética, esto coloca al símbolo en el lugar de una permanente inadecuación entre la forma y el contenido.
La estrategia de Agamben es, entonces, recuperar una tradición fragmentada y desperdigada en diversos textos de Occidente. De la medicina medieval a la poesía stilnuovista, de Freud a Marx, pasando por Baudelaire, Aristóteles, los neoplatónicos y otros. Creo que el resultado les encantaría a los amantes de las identificaciones imaginarias. De esa serie de textos, Agamben recupera diversas formas de un mismo tipo de operación que podría englobarse bajo el término de fantasmología. Son estrategias adoptadas con el objetivo de realizar una apropiación imaginaria de aquello que por naturaleza resulta inapresable, indecible. El fetichista, según Freud, adopta un objeto al cual secuestra del mundo de las cosas cotidianas, para convertirlo en una suerte de mediador entre él mismo y su deseo imposible. Los fantasmas proliferan, en la lectura de Agamben, de las proyecciones del amante de la lírica medieval a los caprichos de la mercancía en el siglo XIX. No hay falla en el recorrido del fantasma a su referente, no hay una copia malograda porque no se trata de reproducir el objeto sino de construir un terreno de convivencia posible con él. El fantasma sería como el cover del objeto, la canción reversionada ad infinitum que los sujetos se cantan a sí mismos en las tardes de derrota.
Pero, ¿qué quieren los hombres? ¿Qué son los fantasmas que sueñan? El detalle: no son nada hasta que no se les asigna un objeto, son todas las cosas o ninguna en particular. El sentido de una proyección no existe hasta que alguien lo enuncia. Para seguir con Benjamin.
5 comentarios:
Sin lugar a dudas parece un libro que me gustaría leer. ¿Sólo está editado en Pre-textos, o vos lo leíste en alguna otra forma? (pregunto porque acabo de ver en Cuspide.com que está carísimo en esa editorial)... igualmente, este verano ya me condené a otros libros. Aún así creo que lo recordaré.
gradivius, me gusta leerlo: es navegar sin sobresaltos y sin necesidad de diccionarios o glosarios para desentrañar boludeces secretivas. ¿será que los traductores tienen su oficio en lo luminoso?
será?? ojalá!!
Carlos: ¿Andás por San Telmo? ¡Mis pagos! ;-) ¿Viste que cada vez se parece más a Palermo SOHO? (sic) En la gente, en los lugares... ¡en los precios!... en todo ;-( Un abrazo, un inefable lector tuyo que siempre se divierte y reflexiona con tu Blog.
Hola Sergio, encantado de tenerte com o lector, los lectores inefables son los mejores. Es cierto el paralelo San Telmo-Palermo, pero me quedo con el primero, por la Coruña y su cerveza a cinco pesos(!), que resiste a la ola de precios for export, y por las antiguedades y la feria que copa la calle con turistas- me gusta el movimiento de gente. Además están las pocas casas viejas que quedan en la ciudad. Prefiero los tilingos que se quedan una semana, al fashion forzado de los diseñadores de Palermo.
saludos!!
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