lunes, mayo 28

Unas glosas para Adorno, salud

Estas notas sobre Adorno salen de un grupo de lectura en el que estoy metido. Leemos teoría con unos amigos, para dar sustento a nuestras intuiciones fogueadas al calor del cinismo noventista. Si naciste en los ochenta, tenés un master incorporado en tu currículum. Es una pericia que te permite evaluar los matices más delicados del trash mass-mediatico, y tus juicios al respecto tienen la misma seguridad y erudición que los de un sommelier de vinos en una concheta bodega de Mendoza. Sos experto, aunque no lo sepas, en uno o más sub-géneros de la industria audiovisual contemporánea. Podrías ganarte la vida como asesor, y tal vez ya lo hagas; aunque no lo sepas, colaborás en la producción de una serie de televisión o en el diseño de una campaña publicitaria experimental que incluye, entre otros golpes de efecto, el lanzamiento de una estrella pop adolescente con rasgos aún indefinidos. En ese ecosistema, entre turbulencias simbólicas e histeria colectiva, te criaste. Te curtiste. Para los psicólogos sos un Tarzán del siglo XXI. (Tiene que ver con lo que decía El Rufián, acá.)
¿Y Adorno? A Adorno no le gustaba el jazz.

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El tema de la última reunión fue la clase inaugural de nuestro filósofo. Todo muy interesante, pero para mis tres colegas el programa de acción filosófica de Adorno no cerraba. O, mejor dicho, cerraba demasiado. Si no entendí mal, su idea era que Theodor construía una vía de escape frente a la filosofía totalizante y sus conceptos estáticos. Pero, decían, su respuesta volvía a dejar la filosofía en un campo tan separado de la praxis como antes. Si bien confronta los intentos de explicaciones definitivas, su papel es marginal. Como un crítico refinado, experto en las más complejas formas del arte, el filósofo se limitaría a señalar esos escasos momentos de verdad que surgirían en el océano de las falsas soluciones y compromisos. Dicho así, es un papel bastante triste. El filósofo se convierte en una especie de última reserva de "verdad" filosófica mientras el mundo se derrumba. Un meláncolico abstraído en su imaginación. Más retaguardia que vanguardia.

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Pero Adorno decía algo mejor, me parece. La filosofía como "interpretación” no implica un punto de vista autónomo, o privilegiado, desde el cual el filósofo pudiera pararse a meditar los problemas. La “interpretación” en la que piensa Adorno presupone que no hay un sentido dado en la realidad. Tampoco un plano separado de ella, al cual se pudiera acceder como en los ideales platónicos. La "interpretación" no busca respuestas. Tiene que ver con un cambio en el propio punto de vista, un cambio a través del cual los elementos que conformaban esa pregunta varían su orden y adquieren una nueva forma capaz de aclarar el interrogante. Es una idea extraña: "La auténtica interpretación filosófica no acierta a dar con un sentido que se encontraría ya listo y que persistiría tras la pregunta, sino que la ilumina repentina e instantáneamente, y al mismo tiempo la hace consumirse.” ¿Para qué sirve esta interpretación? Si no da respuestas, la filosofía puede pensarse en forma parecida a la traducción según Benjamin. Para hacerla corta, no hay un sentido que podamos recomponer cuando pasamos de una lengua a otra. Como mínimo, entonces, la traducción nos devuelve la experiencia auténtica del lenguaje, su forma precaria muchas veces negada, el hecho de que toda lengua es en realidad un dialecto.

Podemos pensar lo mismo para la filosofía. No hay una Tradición sólida que nos apoye, y no podemos continuar con el antiguo proyecto de la Razón afianzada y cada vez más precisa en sus explicaciones. La filosofía según Adorno debería encarar sus interrogantes con esta convicción. De ahí que el materialismo se convierta en un aliado de su filosofía. El materialismo “prohíbe con el máximo rigor la idea de lo intencional, de lo significativo de la realidad”. Sin sentido implícito, todo intento por explicar lo real con categorías abstractas queda invalidado. Como ya dije, es una crítica radical al dream-team de los filósofos de moda en su época. ¿Y tenía razón? Bueno, si me entero les aviso. En todo caso, atrás de esto hay una buena idea. ¿Qué conceptos podemos manejar para referirnos a lo real? En el fondo, Adorno apunta a una filosofía que no funde sistemas, jergas ni procedimientos estándar. Su argumento va contra las burocracias de la filosofía, contra las maquinitas de explicar cosas, las “castas de profesores”. Esos eran los ogros de Adorno, me parece, antes que los viejos y queridos filósofos. Me suena mucho a Deleuze y su idea de que la filosofía se dedica a “fabricar conceptos", y también a su idea del Edipo filosófico, de los filósofos que no pueden empezar a hablar por sí mismos sin estudiarse toda la bibliografía, sin apoyarse en la Historia, esa mamá siempre a mano.

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