domingo, agosto 28

Hoy fui a ver una película de adolescentes en la periferia del punk. Transcurre en un pueblo del desierto patagónico, cerca de Neuquén, y después me volví en el colectivo, pensando. Me acordé del verano de 1994. Era diciembre, hacía calor y mis amigos se habían ido a pasar unos días a una casa en Quequén. Habían vuelto de esa primera estadía solos, lejos de la novela familiar, y me ponían al tanto de todo lo que había pasado y las cosas que habían hecho. Tal vez hasta me contaron cómo habían salido los partidos de TEG y cuánto habían gastado en el supermercado. Yo me había quedado para dar exámen de materias no aprobadas en el primer año del secundario, pero esa tarde en Avenida Corrientes teníamos todas las vacaciones por delante, y todo lo que hablábamos sonaba a planes de viajes y hasta, incluso, de algo parecido a aventuras. Ir en tren a Quequén fue uno de los grandes programas de nuestra adolescencia. Caminar de noche por las ruinas del puerto, tirarnos rodando por las dunas, ir caminando hasta el centro de Necochea. Pero me había olvidado de aquella vez cuando me quedé en Buenos Aires, y hoy viendo "Glue" me acordé de esa sensación de haberme perdido de algo pero a la vez saber que en realidad todo eso no era más que el principio.

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"Glue" tiene grandes momentos, y momentos ridículos. Pero a las películas de adolescentes, supongo, les pasa lo mismo que a las cartas de amor según Pessoa, y no serían lo que son si no fueran ridículas.

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Una de mis películas de adolescentes preferidas es, sin dudas, "Foxes" (1980) con increíble actuación de Jodie Foster.





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