miércoles, enero 26


Hoy me voy de Porto Alegre. Saqué pasaje en la Rodoviaria para las diez de la noche con destino al Chuy. Tengo pasaje en la Cacciola desde Montevideo, de vuelta a Buenos Aires, y el domingo quiero ir a ver la feria de Tristán Narvaja. La última vez me compré un póster de un tigre.

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La vida en los hostels se parece a las historias que contaban los viajeros en la época en que los viajes duraban varios días y obligaban a la gente a convivir en espacios reducidos, a compartir el tiempo y a hablar para divertirse o para evitar silencios incómodos. En un hostel todas las manianas te presentás a alguien que llega, y te enterás algo de su vida, dónde viene, a dónde va. Le contás algo de la tuya, inventás un poco, y los volvés a cruzar a un par de días, en el bar o la cocina, mientras te despedís de otros, o constatás que ya no están. Supongo que algo parecido debía pasarle a los pasajeros de los trenes que surcaban continentes enteros, como el Trans-Siberiano de Estanbul a Venecia, o a los huéspedes de las posadas al costado de los caminos en la época en que todavía se viajaba a pie o en carretas, y se hacían paradas para pasar la noche en salones repletos de forasteros. Acá en el hostel me robé un libro de la biblioteca, The Great Railway Bazaar, de Paul Theroux, que hace la crónica de varios meses que pasó viviendo en los trenes de Europa y Asia; pero voy a dejarles uno también, para aliviar peso.
Acá hay un uruguayo que dejó las artesanías y se vino a Porto Alegre, a trabajar para distanciarse del crack. Una carioca que vino a estudiar en una escuela de VJs. Dos hermanos espanioles gastando un fondo de euros en un anio de vacaciones por América. Chicas de la ORT de regreso de Camboriú, una chilena que vuelve de Praia da Rosa fascinada con la mejor playa del mundo, militante de una ONG que va a instalar un "humedal sanitario" en Valizas. Un banio químico sin alterar el medioambiente. La irlandesa varada en Porto desde hace un mes, que pasa sus días a la sombra leyendo novelas y fumando marihuana, escribiendo en su Facebook y paseando por el costado del río cuando cae el sol.
Un día se van a acabar los destinos turísticos. Es así. Si hacemos un balance histórico, y medimos el impacto que tendría la progresiva incorporación de porciones cada vez más grandes de la población al consumo del ocio itinerante, vamos a necesitar cada vez más centros de albergue y disperisión, lugares matizados por alguna dósis de atractivo natural o paisajístico, o al menos integrados a un relato histórico, a cierta densidad de sentido. Si alguna vez Cabo Polonio, la Pedrera o San Marcos Sierra fueron la sede de leyendas urbanas que se referían a ellos como diminutos paraísos olvidados en los que era posible apartarse del ruido del mundo, hoy esos lugares se reinventaron a sí mismos al ritmo de la creciente oleada de turistas. Algunos buscan nuevos destinos, y se preguntan en dónde habrá un pueblito escondido, en el fondo de qué bahía o valle inaccesible hasta donde ir para sentir esa distancia respecto del mundo presente, una lejanía que se va volviendo el bien más escaso. Pienso en los millonarios que pagan fortunas por un viaje en transbordador que les permita asomarse a las estrellas que rodean la Tierra, ver qué hay afuera como Truman huyendo del reality show de su vida.

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El turismo del futuro va a ser a pie. Gente en mochila caminando durante días, por caminos apacibles, atravesando paisajes, acampando a la sombra, parando en hostels como los peregrinos de Santiago que iban de Paris a Lisboa.

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En Valizas, me gustaron los ranchos:







4 comentarios:

carla dijo...

me gusta lo del turismo del futuro

según leí de un amigo, acá habría una práctica y un deseo en ese sentido: http://tinyurl.com/6dv292h

charly dijo...

hola, qué bueno, había empezado a leer ese texto de Thoreau hace un tiempo, en Internet, y lo había dejado por la mitad, pero sí es genial cómo habla de los viajes y las caminatas, lo voy a terminar! saludo! c-

fran dijo...

me gustaron las fotos

charly dijo...

gracias fran!