domingo, febrero 7

Columna


"El último evento protagonizado por Steve Jobs para el lanzamiento del nuevo producto de Apple cumplió a la perfección los requisitos de un guión a la altura de lo que se espera de una compañía ya legendaria. El 27 de enero de este año, desde el escenario de un centro de arte contemporáneo de San Francisco y frente a una audiencia de personalidades y periodistas especializados, Jobs interpretó el papel de un emisario del futuro listo para abrir las puertas de un mundo nuevo, tal vez mejor. "Un producto mágico, verdaderamente revolucionario" dijo confiado mientras se proyectaban las primeras imágenes del Ipad, una tabla electrónica de 20cm x 25cm con pantalla táctil que permitirá navegar por Internet, mirar fotos y películas, tomar notas, jugar videojuegos y más.
Nada nuevo, y sin embargo ahí estaba ese aire cargado de rumores sobre un cambio inminente, ese aliento milenarista que Apple supo imprimir a sus creaciones como en aquella famosa publicidad para su primera computadora personal, en la que una heroína de ciencia ficción se rebelaba contra un Estado policial. Esta vez, Jobs hizo una performance de sí mismo, emulando a un mago que suscita suspiros en una platea extendida a millones a través de la red, ansiosa por comprobar si Apple lograba repetir en el ámbito de la lectura de libros y revistas lo que había conseguido en los últimos años en los de la música con su iPod, y la navegación web con su iPhone. Porque de eso se trataba, según la mayoría de los pronósticos, de saber si el nuevo lanzamiento iba a trastornar el mundo de las publicaciones en papel, haciendo realidad las peores pesadillas de quienes ven el avance de las tecnologías digitales como la despedida definitiva de ese último bastión indiscutible de la cultura humanista, los libros. Porque, además, si de algún lugar podría llegar ese dispositivo que acalle el escepticismo militante de los que ven en el libro una tecnología irreemplazable, aquellos que aseguran que una novela no puede ser leída en ningún soporte que no incluya hojas numeradas para pasar humedeciéndose la punta del dedo, ese lugar proablemente sea Apple, y sus pergaminos intachables en materia de tecnologías portátiles, intuitivas y seductoras.
El iPad, en efecto, reúne todas las características de los modelos de libros electrónicos conocidos hasta hoy, y los supera cómodamente. El exitoso Kindle de Amazon permite leer textos en ocho tonos de grises, lo que lo coloca muy lejos del despliegue visual del iPad, que además permite navegar por Internet y usar programas como en una computadora de escritorio mediante un teclado táctil. Sumadas a su bajo peso y amplia pantalla, estas características vuelven al iPad un candidato más que firme a sentar las bases del futuro de la lectura en el universo de las bibliotecas digitales que empieza a vislumbrarse.
Sin embargo, la avalancha de comentarios y análisis que generó el iPad es sintomática. Muy lejos de los escritores que lamentan el fin de los libros en papel, los fanáticos de la tecnología recibieron con críticas las novedades de Apple y cerraron filas para remarcar la lista interminable de aspectos a mejorar en un dispositivo que, en definitiva, sueñan con convertir en algo tan distinto a un libro como una computadora, a la que, de todas maneras, sueñan tan fácil de usar como uno de esos viejos ejemplares con los que se llenaban, en otra época, los estantes de las bibliotecas."

Carlos Gradin

para Revista Tiempo Temis, de Laboratorio Temis Lostaló

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