24-1
Los mercados callejeros se extienden en todas direcciones. La Paz parece el epicentro, la fuente desde donde se desparaman las hileras de puestos, tablones y vendedores ambulantes que, según estadísticas, dan vida al 70% de la economía boliviana, de carácter informal. Siguiéndolos a pie, parecería posible atravesar el país entero, casi sin apartarse de una fila ininterrumpida de ofertas, una misma feria que a lo sumo se vuelve más espaciada en las zonas residenciales de clase alta, o en los caminos montañosos donde la venta de tentempiés la realizan cada tantos kms las chicas, refugiadas a la sombra de un árbol, pero que vuelve a cobrar vida en las cercanías de los pueblos y estalla en una apoteosis comercial en distritos como El Alto, el mega barrio periférico de La Paz, surgido en media de las oleadas inmigrantes de campesinos expulsados de su tierra por la pobreza, y que hoy alberga a casi dos millones de personas y una feria callejera que se pierde en el horizonte de calles, a lo largo de más de 5km. Los precios ahí mejoran varias veces a los de sus contrapartes de La Paz, que reluce, vista desde arriba, como un pozo lleno de chapitas de gaseosa y monedas de plata. Se suceden las pilas de ropa usada importada, como si todas las Ferias Americanas del continente se hubieran dado cita para la Copa Libertadores de la ropa a bajo precio, y unos días más tarde el tráfico del centro se sumerge en el caos por una manifestación de vendedores contra un decreto que limita el ingreso de textiles usados al país. (Parecido a otro conflicto que ronda la ciudad, el de los chóferes de mini-buses que llegan de Japón, vía Chile, tras varios años de uso, listos para extinguir su vida útil en los callejones sin salida de La Paz, sus nubarrones de smog, sus bocinazos como ráfagas de ametralladora en Vietnam).
Me compro un piloto negro en El Alto, para sacarme las ganas, mientras como empanadas y tomo jugo de piña, suspendido en oleadas de olor a fritura y caldos que desprenden los carritos de comida, y doy unas vueltas por las zonas aledañas, los hoteles baratos, las casas especializadas en telas, repuestos de autos, el mercado de frutas y verduras, las mesas repletas de muñequitos de plástico de personajes de historietas y la televisión, donde me compro un Krusty el payaso. Al final, pregunto si se pueden conseguir artesanías y una señora de un puesto de bollos y repostería me habla de una feria de "las Alasitas" para la que tendría que tomarme otro mini-bus, lo que hago luego de especular con la posibilidad de perderme sin retorno, aunque en el trayecto me cuentan que las Alasitas no abre hasta el sábado, pero que además este fin de semana se inaugura su Fiesta anual en el centro.
Y allí vamos con Mai y Marcos el sábado a la mañana. Hay rumores de que Evo Morales va a protagonizar el acto de inauguración, pero sólo asiste el vice Álvaro García Linera, la pata intelectual-universitaria-blanca del gobierno, que en un reportaje dijo, hace un tiempo, que su meta política desde hace más de treinta años era ver a un aborígen en la presidencia de Bolivia, lo que tal vez sea una de las razones por las que se lo ve tan distendido y de buen humor en el escenario. Mientras daba sus palabras de bienvenida, la feria de las Alasitas hervía de gente y ofertas, y un Ekeko viviente se paseaba por las calles, un tipo robusto con la cara entalcada, redonda y un bigote recortado, con un gorro colla, un chaleco y cargado de bolsas de maíz, cigarrillos y fajos de billetes que le colgaban de la ropa como de un cuerno de la abundancia, y que avanzaba apurado entre la muchedumbre, huídizo como el Conejo de Alicia en el País de las Maravillas, escabulléndose de las personas que intentaban tocarlo y recibir, supongo, los mismos augurios de buena fortuna para el año entrante que es, justamente, lo que ofrecen la mayoría de los puestos de esta Feria, que se repite quince días al año en las plazas de la ciudad, y que Linera define desde el escenario diciendo que "mi pueblo no necesita de las Islas de la Fantasía porque tiene a la Alasita".
La primera impresión es que los bolivianos están completamente locos. En la Alasita se venden miniaturas. Hay fajos de billetitos, casitas, autitos, mini-insumos para la construcción, palitas, pequeñas carretillas, bolsitas de cemento, también pasaportes diminutos, títulos universitarios, contratos de trabajo, copias idénticas y reducidas para completar con el propio nombre y hacer "challar", bajo el humo de fogatas aromáticas que impregnan el aire y que, en manos de ciertas personas, ofrecen una suerte de bendición para que los deseos de los visitantes, representados por las miniaturas que hayan elegido, se cumplan en el nuevo año.
El frenesí miniaturizante va más allá de los amuletos, y en los pasillos serpenteantes de la feria se venden también mini-bollos, mini-tortas fritas, mini-cubanitos rellenos, mini-helados en palito y mini-botellitas de Coca-Cola, whisky y más bebidas. Mai compra un enorme kit de productos domésticos, paquetitos de fideos, harina, aceite, mini-legumbres y jabones en polvo, de marcas top, un equipo completo para regalarle a su sobrina, aunque acá se lo destine a propiciar la abundancia en las economías hogareñas. Yo me compré una colección de números miniatura de la Bestia Pop chilena, el gran Condorito, que goza en Bolivia del mismo prestigio que en el resto del continente. La señora que me la vendió me dijo que se podía "challar" las mini-Condorito para tener buen humor el resto del año, pero parecía estar mandando fruta.
Más tarde me fui al Mercado de las Brujas, otra de las modulaciones del continuum de ferias que se superpone a la geografía de Bolivia, en este caso dedicado, históricamente, a yerbas curativas, y amuletos como los fetos de llama disecados, que cuelgan de la entrada de los puestos, muchos orientados hoy al fetichismo turístico de los bolsos tejidos, y otros textiles del altiplano. Me compré unos pedazos de palo santo, que se pone a quemar y llena el ambiente de un humo aromático. En un local medio perdido tenían máscaras de carnaval, como las que vi en el Museo Etnográfico, y me compré una de algarrobo pintada de colores, con una nariz puntiaguda y sonrisa de guasón, que, me dijo la señora, representa al Kusillo, el bufón de los Andes, en algunos carnavales aymaras.
Planeé comprarme una piel de tigre, de las que vendían en ciertos puestos. Unos días más tarde, leo en la guía Lonely Planet de un australiano, consejos para un turismo responsable, que incluyen resistir a la tentación de adquirir artesanías que pongan en riesgo la vida de especies en peligro de extinción. Ahora siento que me falta algo.
Los días previos al referéndum reina la calma en La Paz. Los únicos exhaltados son los editorialistas de los diarios, que pronóstican el fin de la Nación boliviana, y la emergencia de mil Estados separatistas, fogoneados por la irresponsabilidad del gobierno, el populismo. El domingo del referéndum está prohibido el tránsito en las calles, y los chicos juegan a la pelota y corren por todas partes. La gente se reúne a comer algo en los únicos puestos de comida a la vista, en las puertas de las escuelas, por donde transitan plácidamente los votantes.
2 comentarios:
Leído
genial!
Publicar un comentario