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En un momento del viaje escuché a algún otro turista recomendar no muy en broma que se tuviera pensada alguna forma rápida de salir del país, el día después del referéndum en caso de que ganara el NO y se dejara sin efecto la Nueva Constitución Política del Estado impulsada por el gobierno. El día de la elección, a media mañana, me levanto y le pregunto por novedades a uno de los chicos que atienden El Carretero, que me habla de batallas campales en la plaza Murillo, pronosticadas para la media tarde, pero su profecía no se cumple, aunque la posibilidad flote en la imaginación de muchos. No desentonarían con la historia reciente del país, sacudido por levantamientos como la Guerra del Gas, protagonizada por las poblaciones de origen campesino de El Alto, en 2003, que obligó a renunciar al presidente Gonzalo Sánchez de Losada y allanó el camino para el triunfo electoral de Evo Morales, no sin dejar un tendal de muertos producto de la represión policial.
Como cuenta Sivak en su libro, el primer presidente aborígen de Bolivia había llegado a convertirse en una figura pública, reconocida como referente político por un vasto sector de la sociedad, luego de años de militancia sindical en las organizaciones de campesionos cultivadores de coca en la región del Chapare, donde éste y su familia poseían una modesta porción de tierra. En los años '90, las políticas de erradicación de los cultivos de hojas de coca fueron fogoneadas en América Latina por diplomáticos y embajadores norteamericanos, y se vieron acompañadas por discursos criminalizadores, retomados por las expresiones más rancias de las derechas locales. El gobierno de Sánchez de Lozada se plegó a dicho movimiento, al tiempo que su primer mandatario hacía esfuerzos por disimular, en sus discursos, los restos de un acento americano adquirido durante sus años de estudio en Estados Unidos. Lozada acabó por proponer la supresión total del cultivo de la coca, y por calificar a Evo Morales de agente del narcotráfico.
Un discurso semejante, aplicado por un Jefe de Estado para referirse a una práctica popular, con miles de años de antigüedad, imbricada además en la forma de vida y supervivencia de buena parte de la población, da una idea de la violencia latente contenida en las instituciones del país. Una violencia que es un nudo histórico ignorado como tal en su carácter de problema, de cuenta pendiente a resolver, y que el gobierno de Evo Morales tomó como eje de su accionar con el objetivo de reparar los lazos entre el Estado y las comunidades aborígenes-campesinas de Bolivia (compuesta por más de 36 etnias, según datos oficiales).
Una misma ausencia, por otra parte, que permanece en los discursos de la oposición, y en las editoriales periodísticas, siempre minuciosas y sensibles a la hora de describir los desvíos de las normas republicanas, para denunciar supuestas faltas de diálogo y azuzar fantasmas de desunión y emergenica del Desorden, pero jamás para reconocer, al menos nombrar e incorporar a su propio discurso y pensamiento, esa gama de problemas que el gobierno de Evo Morales pretende abordar. La derecha en Latinoamérica escribe libros sobre "populismo", reflexiona sobre las tentaciones autoritarias y los riesgos del voto cautivo, pero deja que la pobreza y la desigualdad aparezcan en el ágora mediática, como notas al pie, cargadas de eufemismos y remitidas, libradas, en última instancia, a la acción mesiánica del mercado, a una mano invisible condicionada por la falta de garantías para la Democracia.
La edición del lunes post-referéndum de uno de los diarios más opositores de La Paz, ofrecía 2 carillas repletas de columnas que despuntaban el catálogo standard de críticas a los gobiernos latinoamericanos, de la soberbia y el rechazo del diálogo, a la manipulación de las masas y el exceso de simpatía por el eje Venezuela-Cuba, para seguir a continuación con varias carillas de desglose de la Nueva Constitución, todas sus novedades explicadas, detalladas, en lo que parecía una verdadera campaña publicitaria a su favor. Criticando en el plano de las ideas platónicas de la República y el Diálogo Democrático, el diario acababa dejando intacto el plano real de los cambios introducidos, a los que apenas atinaba a enumerar para negarles toda pretensión a existir o gozar de legitimidad. Ahí estaba el reconocimiento de lenguas y culturas, enumeradas con nombres propios. La idea de un Estado Plurinacional, las autonomías y la consolidación de varias novedades introducidas por el gobierno de Evo Morales, como los bonos de ayuda económica para chicos escolarizados, la renta universal para los ancianos, la nacionalización de los hidrocarburos y la sanción de la gratuidad en el acceso a la educación y la salud. (Con la NCPE, se anuló la tarifa requerida para acceder al título del colegio Secundario). Para el diario, parecía suficiente con listar estos aspectos y redondear el rechazo con un par de comentarios que los vinculaban a la ambición desmesurada de poder, del supuestamente omnipotente gobierno de Evo Morales. De formas alternativas de mejorar, mejor dicho de crear, alguna forma de articulación alternativa entre el Estado y los grupos aborígenes, distinta a la propuesta de Morales, ni noticias. Pienso en Carrió denunciando al kirchnerismo por tomar de rehenes a los pobres de Argentina, ese supuesto ejército de zombies canjea-votos-por-heladeras que no para de aguarle la fiesta a la civil y honesta clase media, último bastión del orgullo nacional.
En la plaza del domingo, a media tarde, éramos más los turistas argentinos que los manifestantes bolivianos, hasta que empezaron a llegar las columnas y terminamos en las gradas al lado del Comité Cívico Popular de La Paz, cuyo cabecilla pretendía convertirse en el arengador oficial del acto y no dejaba de gritar proclamas a la espera de que el público respondiese con un "¡Jallaya!", el equivalente aymara de "¡Viva!" "-¡Jallaya Tupaj Katari! -¡Jallaya!" "-¡Jallaya Bartolina Sisa! -¡Jallaya!" "-¡Jallaya la Nueva Constitución Política del Estado! -¡Jallaya!" "-¡Jallaya el Gobierno Popular de Evo Morales Ayma! -¡Jallaya!" "-¡¿Cuándo, compañeros?!" "-¡Ahora!" "-¡¿Cuándo, carajo?!" "-¡Ahora, carajo!" Aplausos. Y así. Un cubano, funcionario de la Embajada, los acompañaba y me recitó al oído un largo tema de hip-hop que iba de Playa Girón a los presos de Guantánamo, mientras de fondo sonaban esporádicos coros en el tumulto ansioso frente al Palacio Quemado, que la emprendían con "¡Evo / amigo / el pueblo está contigo!" y "¡Se siente / se siente / Evo para siempre!".
Por la radio portátil de Marcos escuchábamos los parciales de las primeras mesas escrutadas, que se ensañaban con los resultados en la capital de Santa Cruz e insinuaban resultados inesperados para el oficialismo. El clima era de fiesta, se veía a señoras bailando envueltas en enormes Wiphalas y en una esquina se empezaba a inflar un enorme escenario multicolor dónde más tarde tocarían algunas bandas. La expectativa de máxima para el SÍ era conseguir más del 65% de los votos, repitiendo el resultado del último referéndum en el que la presidencia de Evo Morales había sido ratificada con el 67%. Con el correr de las horas, y los datos negativos de Santa Cruz y Sucre, parecía un número difícil de repetir, y cuando Evo salió al balcón alguno dijo verlo preocupado. Quizás también emocionado, anunció que se iniciaba una nueva etapa histórica para Bolivia. De la llamada Media Luna, las prefecturas del Oriente, opositoras y con menor presencia indígena, dijo que desde entonces no exisitiría en el país más que una única y gran Luna Llena, comentario vitoreado por los exhaltados integrantes del Comité Cívico. Los resultados definitivos no estarían disponibles hasta dos o tres días después, cuando terminaran de llegar a los Centros de Cómputo las urnas y actas de las mesas de las zonas rurales. Se rumoreaba que aumentarían el porcentaje en favor del gobierno, tal como sucedió.
Entrada la noche nos fuimos a comer a una local de salchipapas, con Marcos y Mai, Leandro y la novia, y residentes del Carretero. Casi todos se iban al día siguiente. Yo me había quedado sin planes.
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