lunes, febrero 2

21 - 1

Del lago volví a La Paz hace un par de horas, y conseguí lugar en el ya mítico hostal "El Carretero", un viejo edificio de tres pisos y un patio central, de habitaciones baratas para compartir, en donde a toda hora suenan guitarras que por estos días interpretan casi únicamente clásicos del cancionero del rock argentino, y una que vengo escuchando hace días que dice "Por un beso de la flaca yo daría lo que fuera...", y que suena en el letargo de las percusiones improvisadas, en donde las canciones se alargan y el auditorio se renueva varias veces antes de que promedie el show. En las paredes, proliferan los graffitis como en un pedazo del Muro de Berlín tomado por turistas argentinos, y los encargados son amigables en un grado casi inverosímil: dominan el arte de la hospitalidad, como si hubieran decidido tratar a todos lo que llegan con la misma actitud, ahorrándose las presentaciones y manteniendo con todos los huéspedes el mismo diálogo ininterrumpido, iniciado quién sabe hace cuánto.

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Cae la tarde y en el hostel retumba una banda de bombos y vientos, una mini orquesta de franceses que ensayan en los corredores temas del repertorio bailable-folk-internacional. Suenan ajustados, en la línea de las bandas de sonido de las películas de Kusturica, y los encuentro más tarde en medio del mercado de la Iglesia San Francisco, rodeados por un gentío que se agolpa incluso en el puente que cruza la Avenida. Desde ahí llueven aplausos, aunque me pregunto cuán sustentable podrá ser para los quince franceses el método de pasar la gorra que, anunciado como final del espectáculo parece producir la dispersión del público, por más que muchos curiosos se queden observando a los músicos mientras guardan los instrumentos, siguen saludando y sacándose fotos como celebridades.

23 - 1

A la noche vuelvo a ver a los franceses en el acto por el cierre de la campaña por el Sí en la Plaza Murillo, abriendo el show con la Cumparsita frente a delegaciones de la Central Obrera, Mineros, Comités Cívicos y Campesinos de todo Bolivia. Les siguen bandas de folklore, de música y danza, de todas las regiones del país, en una secuencia exhaustiva que no excluye ni siquiera a la comunidad afro-boliviana, que sale al escenario con tambores y cantos de candombe. Más tarde, Evo Morales desde el escenario frente al Palacio Quemado, la Casa de Gobierno, va a decir que la fiesta es una muestra concreta de la diversidad política y cultural que la Nueva Constitución Política del Estado pretende implementar en el país, cuyo Estado aparece definido como una entidad pluri-nacional que reconoce el derecho a formar gobiernos autónomos a los distintos grupos originarios, que podrán administrar los recursos de los territorios que ocupan, además de utilizar su propia lengua, reconocida, entonces, como lengua oficial junto al castellano.
En la plaza me encuentro, como habíamos quedado, con Marcos y Mai del EDE, y escuchamos los discursos de los dirigentes que dan su apoyo a la Nueva Constitución, y las palabras finales de Evo, seguidas de fuegos artificiales y una banda de chicas aparentemente célebres en la escena tropical del país. Nos vamos, pero en la plaza quedan montones de personas charlando y tomando vino o cerveza. Me despido de Marcos y Mai, que también están en el Carretero, y me voy al mercado a tomar un licuado de frutilla. Una enorme fosa atraviesa la Avenida, está llena de andamios y estructuras de hormigón, y según anuncia un cartel forma parte de un plan de desarrollo urbano y reordenamiento del espacio público de la ciudad. Parece que quieren reemplazar la enorme feria callejera frente a la iglesia San Francisco, por puestos ordenados según rubros, reinstalados en un edificio con escaleras mecánicas, estacionamiento y supervisión inteligente del tráfico humano. No parece fácil.

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