sábado, enero 24

Nuestra lucha

12-1

Ayer, cuando nos íbamos de Potosí, nos cruzamos con una marcha a favor de la Nueva Constitución Política del Estado que promueve el gobierno de Evo Morales, y que va a recibir, aparentemente, la aprobación definitiva en el referéndum del 25 de enero. Una columna de un par de cuadras, a la que la gente se acercaba para recibir el merchandising del Sí, pósters con la imagen de Evo, de Evo y García Linera abrazados en un estrado, listas detalladas de las princiales medidas del gobierno, la nacionalización de los hidrocarburos, la sanción de Bolivia como territorio libre de analfabetismo, las transferencias de dinero a sectores pobres mediante la Renta Dignidad para jubilados, y el Bono Juancito Pinto para los chicos. La "Tentación autoritaria", la "agudización irracional de los conflictos", y la "desunión nacional" leo unos días más tarde en El Corro de Sucre, una Editorial que podría haberse publicado varias veces en los diarios de Argentina de los últimos tiempos, e intuyo que también en otros países de la región, como si los problemas reales no existieran más que como efecto no deseado de las políticas del oficialismo, la falta de diálogo y buenos modales, y como si fueran a desaparecer si los gobiernos trataran mejor a la oposición (en estos días sigue su curso la investigación por la masacre de 20 campesinos afines al gobierno en Pando. El prefecto de la región sigue con prisión preventiva). En la marcha se corea: ¡Sí se aprueba!" y "¡Por el sí, Potosí!". Es un día soleado y los turistas sacamos fotos a los manifestantes, los acompañamos algunas cuadras antes de irnos a la estación de buses. Las banderas de Bolivia y la wiphala de los pueblos originarios le dan un un tono multicolor al acto, que se reproduce en las calles color de barro y piedra en lugares específicos, las pilas de frutas y verduras del mercado, las ofrendas guirnaldas y diminutas imágenges de bonanza en plástico dorado que decoran los autos en la puerta de una iglesia, las mesas que ofrecen licuados de piña, guayaba, mango por unas monedas.
Una noche en Potosí salimos a comer con Candela y Julia, y terminamos inmersos en una secuencia sacada de Afterhour, la película de Scorsese y la "Literatura Nazi en América" de Roberto Bolaño. Comimos pizza, tomamos cerveza en un pub heavy-metal y unas caipirinhas en el bar Chatarra. Potosí parecía encaminarse a la desolación nocturna, y un karaoke instalado en los fondos de una casona parecía confirmarlo, vacío y a punto de cerrar. Preguntamos por algún bar, a la vuelta de la peatonal, a oscuras y vacía. El bar Chivas acabaron sugiriendo un trío de chicos por el que nos vimos conducidos, después de que otro pub les prohibiera el paso, sólo para turistas. Ahí estábamos, en el callejón mientras negociaban nuestro ingreso frente a una puerta cerrada y un encargado que parecía desconfiar de nuestros anfitriones, uno de los cuáles se tambaleaba en la vereda, mientras los otros dos se mostraban tan entusiasmados con las copas que compartiríamos, que sumado a lo errático de todo intento de conversación, y la insistencia, y los nervios del portero, no dejaba de recordarme historias de dóciles turistas conducidos a coordenadas oscuras y despojados de su dinero, que era en lo que más pensaba mientras veía iluminarse la cara de contento de Alejandro y su amigo cuando lograron hacernos pasar para llevarnos a un cuartito del fondo, apartados del bullicio etílico, las luces amarillas, los hombres solos recostados sobre las mesas, un par vencidos en los rincones, y hasta donde llegaron unas cervezas y trastabillamos una charla entrecortada. B. había vivido en Buenos Aires, en la villa 31, trabajaba de albañil. Ahora estudiaba en Potosí, con sus amigos. La plata le alcanzaba en Buenos Aires para ir a recitales. Rata Blanca, por algún motivo, goza de una popularidad enorme en estas tierras. Había algo tenso en el ambiente, como si ninguno de nosotros terminara de acertar en qué pensaban los demás. Las bandas de heavy, Iron Maiden que nunca llega a Bolivia, pero a Argentina sí. Los turistas, a los chicos les gustaba arrimarse. Una cervecita, "somos gente bien", este es un lugar tranquilo, no hay que preocuparse, las aclaraciones que oscurecen y Alejandro, que en algún momento esbozó su idea de que Bolivia debería cobrarles mucha más plata a los extranjeros, que se aprovechan de sus precios bajos. Y ya que estábamos, alguien preguntó por Evo y comenzó el derrotero in-crescendo, de una noche que terminaría más tarde, todavía ahí, en el último fondo del bar Chivas, ni yo ni Julia ni Candela con ánimo de cortarle la charla a los chicos, o a su vocero, al borde de la ofensa, susceptible a los atisbos de negar otra cerveza, y con ganas de hablar de Evo, la misma mierda, decía Alejandro, enfurecido, inclinado sobre la mesa, los ojos húmedos. Mientras yo descartaba las intenciones que les había asignado, a lo Lombroso, como despojadores de billeteras, Julia preguntaba porque había oído a Alejandro hablar de Bolivia como un país sin auto-estima, entregado al extranjero y sin identidad (le gustaban los argentinos, porque amaban a su patria), y, curiosa, Julia quiso saber a qué nacional-socialismo se refería tan excitado. Y ahí pasamos de nivel, pedimos más cerveza y Alejandro siguió de largo, después de arremangarse la campera para responder y decir que se refería a "éste" extendiendo el brazo y mostrando su tatuaje de una pseudo-esvástica, ahí mismo en el subsuelo del último bar abierto de la noche potosina, mientras sonaban los Redonditos de Ricota, y B. sonreía siempre y su amigo semi-inconsciente se paraba como podía y desalojaba a otro tambaleante que se nos quedaba mirando, después se dormía en el sillón y Alejandro nos introducía en sus lecturas, sus ganas de reivindicar a Hitler, mal entendido, Schopenauer y Nietzsche (tiró en un momento), las cosas buenas del nacional-socialismo, no las malas, y sus ganas de formar un grupo de personas que le pusieran un límite a los abusos étnicos de Morales, y que sacaran a Bolivia de esa manía que llamaba xeno-filia, amor a lo extranjero. Estaba escribiendo un libro. Iba a dar su sangre, si hacía falta, dijo, pero ya no había nada que pudiera sonar real ni remotamente, la charla se empantanaba y los argumentos se reotorcían como podían.Por momentos nos tentábamos. La noche se anunciaba larga, y los tres turistas en tierras iertamente extrañas supimos que llegado ese punto no quedaba otra que seguir con otra tanda, y que fuera lo que fuera.

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