miércoles, enero 28

En la Isla del Sol

17-1

Hoy llegué a Copacabana, un pueblito a orillas del lago Titicaca. Estuve acá hace 10 años, y también en Potosí, la vez que viajamos con Franco cuando terminamos el secundario. Esa vez llegamos hasta Machu Pichu con 500$ de los dorados años 1 a 1, y sin duda no recuerdo el modesto boom turístico que se aprecia ahora en las pocas cuadras alrededor de la plaza, la feria de recuerdos de viaje y textiles, los barcitos ambientados a la usanza global, en los que suena Manu Chao y los chicos argentinos se pasea, nos paseamos, como por la peatonal de Villa Gesell. Enfrente de la Iglesia los visitantes extranjeros confluyen con la corriente migratoria interna de bolivianos que vienen a recibir la bendición de la Virgen de Copacabana, hileras de autos y 4x4 recién estrenadas, decoradas con flores y rociadas con champagne, que impregna el aire de un gusto dulzón y que en estos días reciben los buenos augurios que, quizás, les eviten accidentes e incrementen las ganancias que les depare el futuro.
A la noche, el sol se pone frente a la bahía de aguas plomizas. En algunas direcciones se divisan elevaciones, cubiertas de bruma, como manchones del cielo nuboso, pero en otras el horizonte se extingue en el agua y el lago parece interminable. Baja la temperatura, como en invierno, y las nubes se tiñen de rosa y naranja, mientras los chicos estacionan las lanchas, los botes y las embarcaciones a pedal con forma de cisne con las que transportan a los turistas hasta la Isla del Sol, o que les alquilan para dar vueltas por la costa.
El menú acá es trucha con arroz y papafritas. Me siento en un puestito a la orilla del lago, y se me suma un asturiano con el que nos ponemos a charlar. Instructor de ski, a la tarde intentó contratar un vuelo en aladelta, sin resultados, y tras charlar sobre tipos de cambio y precios relativos en el circuito turístico internacional quiere invitarme la comida. Me niego, pero al final le acepto una cerveza y me cuenta de la vez que conoció a Kiko Veneno, el héroe viviente del rock español.

19-1

Ayer llegué a la parte sur de la Isla. En el muelle, dos integrantes de la comunidad originaria local detienen el flujo de turistas para cobrar 5$ el derecho de admisión. En el camino que el Sur con la parte Norte se repite el procedimiento, por parte de otra comunidad, lo que no deja de producir reacciones airadas en el colectivo de turistas argentinos, ironías por el hecho de que cuesta lo mismo pagar un barco que usar el arduo camino que recorre los cerros hasta la playa y las ruinas.
En la Isla proliferan las terrazas de cultivo en laderas que declinan hacia el agua, en la mejor de las cuáles yacen los restos de un palacio Inca y, a pocos metros, una pesada mesa de piedra pulida rodeada por bloques de roca tallada en forma de cubo. "El Stoneghege boliviano" dice un pelirrojo con gorro colla y cámara digital en la mano, que me ve sentado sobre el patrimonio arqueológico y me pregunta por su significado, el cual ignoro por completo y que por lo demás no parece inquietar demasiado a nadie. Tras 3 horas de caminata, matizada por la falta de aire y las vistas panorámicas al lago metalizado, se llega a las ruinas y al camino que baja hasta otro pueblito costero, con más bares y pensiones baratas.
Cuando paso por el viejo palacio de piedra, encuentro a una señora vestida con pollera y chalina de lana que trabaja en uno de los muros levantando las piedras del suelo y volviéndolas a colocar, para reconstruir su forma luego de que las lluvias produjeran un derrumbamiento. Nada indica la presencia de un equipo de arqueólogos, ni de arquitectos ni técnicos de cualquier tipo, que acompañen la tarea de la señora, que me sonríe y me explica que cuidan la Isla y evitan que el edificio sufra el paso inevitable del tiempo. Unos chicos, turistas argentinos, sacan fotos al lago desde uno de los balcones, indiferentes por completo al esfuerzo de la señora, que cada tanto se detiene y retrocede unos pasos para observar cómo van quedando los arreglos. Me acuerdo de los reparos de las chicas que conocí en Iruya, asustadas por la acción erosiva de las hordas turísticas y por las esencias de los pueblitos aislados en la montaña, amenazadas, distorsionadas por el tímido florecimiento de la industria de servicios y entretenimientos. También, del asturiano que ayer me decía que todavía, de todas maneras, no había sentido la "magia" en el Titicaca, esa sensación que sí lo había abordado en Benarés, en la India, aquella vez en que surcó el país a través de la afamada red ferroviaria que le legara su pasado de sometimiento al Imperio Británico. A eso iba a Machu Pichu, la ciudad sagrada de los Incas, a recorrer el viejo camino de piedra de tres días rumbo al santuario, y que hoy es motivo de desvelo para los mochileros argentinos y latinoamericanos que ven esfumarse sus posibilidades de emprender una travesía sometida, desde hace algunos años, a un régimen de tarifas y cupos de ingreso por parte del Estado, destinados a revalorizar y proteger el patrimonio cultural, y que por ende, vuelven prohibitivo el paseo por los cerros, la procesión, la llegada a las ruinas al amanecer del cuarto día, los edificios entrevistos a los lejos entre el cansancio y la vegetación, como sucedía entonces, y que ahora sólo está disponible en la zona del Euro y aledañas.

21-1

En la playa del Norte jugamos a las cartas. Los chicos de la zona ofrecen cerveza fría, o se meten desnudos al lago. Cada tanto se pasean burros y vacas, que pastan en los manchones de pasto desperdigados por la bahía. Se ve un chancho correteando con una soga al cuello que no logró retenerlo en el poste, donde lo habrá atado su dueño.
Nuestro hostal es una vieja casa atendida por un chico de catorce años. Está en un patio cuadrado que alguna vez se habrá imaginado como la plaza central del pueblo. Hay varios hotelitos y una iglesia derruida, de portones siempre cerrados. Parece abandonada, con el campanario vacío y cuando me asomo a una rendija no veo rastros de altar o bancos, sólo trastos viejos apilados, juntando polvo. Parece una baulera. (Me pregunto si se animarán a convertirla en hostal de habitaciones compartidas. Ojalá lo hagan.).

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