miércoles, diciembre 31

Por la 40

24 - 12

"Siento como si me hubieran apaleado entre varios. Estoy en un banco de la plaza de Cafayate, en la Iglesia suenan cantos alusivos a la Navidad. Son las diez de la noche. A la tarde fui a conocer la cueva del Suri, el sitio de interés arqueológico que aparece en el mapa turístico de la zona. En un desvío a 5km del centro nace un camino entre arbustos señalado intermitentemente por flechas despintadas en las piedras, casi indistinguibles. Finalmente, una enorme roca, una abertura subterránea y la silueta de un ñandú pintado. Más abajo, unos diminutos cazadores revoleando sus boleadoras. A un costado, en la piedra, hoyos escarbados por la labor machacante de generaciones de moledores de granos reclinados en el suelo de cara al valle y las sierras, que hoy estaba nuboso y cargado de agua. Lloviznaba, como un rocío imperceptible.
Seguí por el camino hasta el Río Colorado, comí un pedazo de pan y de queso de cabra que compré en un viejo almacén, que vendía cosas como charqui y semillas de girasol. (En la Iglesia empiezan a recitar el padrenuestro por los altoparlantes, me voy a buscar a los chicos que conocí en el cerro para comer unas empanadas)."

25 - 12

"Ya es 25. Hoy me desperté, di unas vueltas y volví a la plaza. Otra misa por los altavoces, una chica lee un pasaje de la Biblia. Repite las palabras "pueblo", "paz", "Israel", "Jesús". Tendría que buscar una guardia de hospital para que me vean el dedo anular de la mano. Lo tengo hinchado y no lo puedo doblar, me golpeé con una piedra mientras trepábamos por el cerro ayer, rumbo a una cascada. Nos guíaba Franco, que nos advirtió en la orilla del río que los caminos eran difíciles y la lluvia podía producir crecidas. Lo seguimos por unas pendientes escarpadas, senderos de subida cubiertos de cardos y piedras. Franco es un baqueano "diplomado" en turismo y anécdotas calchaquíes, integrante de la comunidad diaguita instalada en los cerros de Río Colorado y en el camino que llega desde Cafayate. A los costados del camino corre un acueducto construido con lajas de piedra a la manera tradicional. Un cartel presenta la obra, financiada por la embajada de Suiza, y hay huertas que ofrecen paseos de turismo rural.
(En la Iglesia un coro canta villancicos, el estribillo dice: "Ay guachi guachi / toritó / toritó de chacalicó").
Franco era simpático y se lo notaba entrenado en tratar con turistas. Nos mostró hierbas y nos habló del puma y los cóndores que sobrevuelan el valle. El surí de la cueva, es un ñandú petiso que todavía habita algunos bajos del río. A veces sobreactuaba su origen aborigen, como cuando contó del europeo en carpa en medio del cerro al que rescataron en plena crisis de nervios después de que por la noche fuera visitado por los duendes de la zona, en una escena que parecía sacada de Proyecto Blairwitch. La sal es sagrada para ellos, nos contó, y por eso no pueden pisarla si visitan salares como el de Uyuni en Bolivia. Cuando tomamos agua, volcó un chorro en la tierra para la Pachamamá, y nos habló de una roca con un agujero utilizado en antiguos ritos de iniciación sexual destinados a los muchachos. Pasamos por antiguas terrazas de cultivo, derruidas por la vegetación, y por habitaciones de piedra circulares que, dijo con precisión arqueológica, databan del año 1000 DC. Sabía algunas palabras de quechua, y me acordé de lo que contaba el guía del Museo de Amaicha, que la lengua diaguita, el kakán, había desaparecido durante la ocupación Inca de la zona en el siglo XV, quienes impuesieron el quechua, además de introducir los sistemas de riego para la agricultura y un orden político-económico centrado en Cuzco. En principio, la labor de corrosión cultural de los españoles había tenido amplios antecedentes.
Hace 6 años, dijo Franco, la comuniodad de Río Colorado empezó a organizarse como tal, y empezó a reclamar el derecho a la propiedad de las tierras que ocupan frente al INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas). Parecería que van a necesitar más de un poeta o escritor, además de arqueólogos, y toda la ayuda que puedan encontrar, para recomponer una cultura de los restos desparramados que les legaron los úlitmos 400 años de historia.
Franco nos llevó hasta la cascada, tras dos horas de subir y bajar cerros, y la crecida nos obligó a a improvisar un camino alternativo para volver, mientras el caudal del río subía a toda velocidad y el sonido del agua cayendo nos ensordecía. Llegamos perforados de espinas y abrasados por los cardos, pero solo nos asustamos cuando pensamos que íbamos a tener que vovler a cruzar el río con el agua hasta el pecho, en cuyo caso hubiéramos terminado sumergidos en el fondo del cauce. Franco, tranquilo, dominaba la situación.
Cuando volví al hostel había un alboroto en Cafayate por un perro suelto que había mandado al hospital a un viejo en bicicleta y a un par de chicos. La policía lo buscaba para matarlo. A mi habitación compartida había llegado un italiano. Estaba con su Mac, contento con la primera wi-fi que encontraba en el NOA, mandando un informe con fotos para la revista en la que trabajaba. Iba a venderles una crónica de viaje por la ruta 40, de Salta a Santa Cruz.
A la noche comimos empanadas, algunas de llama, con los chicos rosarinos del Río Colorado, y tomamos cerveza festejando la Navidad."

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