Tengo que ver Señales, la película de Shaymalan. Qué tan mala puede ser una de Mel Gibson armado para defender a su familia, en una granja del sur profundo de Estados Unidos, sobrevolada por los haces luminosos de las naves extraterrestres. Deben aparecer los diseños curvos y las líneas paralelas quemadas en el pasto, como señales de que los platos voladores aterrizaron en los campos durante la noche, mientras los hijos de Mel dormían. No lo sabremos nunca, pero lo más interesante de la película debe ser la mirada de Gibson, tratar de poner en palabras lo que le pasa por la cabeza mientras observa los rastros de vida no-humana en el jardín ampliado de su casa. La epifanía de un policía cósmico entrando en acción. El último boyscout despertando de su letargo como de un sueño encantado, y saliendo gustoso a pelear en el campo de batalla definitivo, el universo, llevando las colinas escocesas del guerrillero Wallace hasta las estrellas, y más allá. Kubrick hubiera filmado una Odisea 3 increíble con Gibson y los informes de Fox News sobre la transición en Estados Unidos sonando de fondo, los meses previos a la asunciòn del primer presidente negro de la historia.
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Estoy leyendo una novela que me compré en una mesa de ofertas de Av. Corrientes. Juliano el Apóstata, de Gore Vidal. Setecientas páginas de la vida del emperador romano, nieto de Constantino, que heredó el imperio en tiempos difíciles para el paganismo, proscripto desde que su abuelo comulgara antes de morir y abriera las puertas para que el clero católico se dedicara a hacer entrismo en las filas de la administración pública. Los templos de Hermes y Afrodita abandonados, convertidos en baños públicos, lo llenan de tristeza, pero llega al trono gracias a una serie de sucesos afortunados, y aunque Juliano estuviera más inclinado a dedicarse a la filosofía y la contemplación en Atenas, termina comandando ejércitos, restaurando la autoridad imperial en Galia y, sobre todo, echando a latigazos a los cristianos del Estado, cortándoles los fondos. Las imágenes paganas, de nuevo en los altares, Juliano es venerado como un nuevo César y escruta obsesivamente las señales de los dioses, que para él son órdenes que debe cumplir y noticias sobre el futuro y el destino que le esperan. Entonces, señales para Juliano son los gestos de despedida de un eunuco de la corte antes de retirarse de su habitación, o la forma de una nube recortada por el marco de una ventana en un pasillo secundario del palacio. Cualquier cosa, literalmente, es en potencia un mensaje codificado y dirigido a él, y por lo tanto un fragmento cuyo sentido debe ser interrogado y vuelto a interrogar. Borges, digamos, en La lotería de Babilonia, el Quini de Plaza Italia, y en realidad, estrictamente, la única diferencia entre ambos es de intensidad. Unas cuántas moléculas de aire, analizadas con el equipamiento y la capacidad de cálculo adecuada, podrían suministrar la información suficiente para predecir el comportamiento a futuro de todas las demás instancias del sistema; una mente paranoica ideada por Burroughs sería capaz de calcular la evolución probabilística de la totalidad del sistema a partir de una ínfima porción tomada al azar, ese es el trasfondo guionado en el que creen Juliano, Gibson, y la comparsa de caudillos apostólicos, los estudiantes, los egresados de Letras, los sociólogos, las columnistas de los diarios que interpretan el humor social a través de los signos puestos en circulación por las usinas creativas de la industria. Por todas partes asoman las puntas del iceberg que es el mundo dándose a conocer demasiado lentamente.
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"me quedan diez pesos para el resto de mi vida"
Dijo alguien el otro día mientras tomábamos cervezas en la presentación de unos libros de poesía, frente a las ruinas del Spinetto.
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"es malo, malo para siempre"
Una poeta, en la presentación, mientras leían en el escenario la traducción de unos poemas de algún país del este europeo.
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"hagamos alguna dale"
Tonada cordobesa, cenamos en un barzucho del bajo y conocimos un funcionario cordobés que insistía en que lo acompañemos. En La Cigale con un rentista rural, asesor de una diputada, que nos invitó dos botellas de champagne.
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"a la guerra del año pasado también vine, estuvo buena"
El 12, a Congreso. Tardé un rato. Él y ella llevaban una almohada cada uno en el regazo.
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