miércoles, febrero 27

Re:

"hola mongo, disculpá la demora y lamento realmente haber introducido a Llinás en tus sueños, no estaba previsto ni pretendo repetirlo.
No me molesta que "Balnearios" relativice el valor de verdad del arte, o que reduzca sus pretensiones a un chiste más o menos inocuo. Es parte del medioambiente cultural en el que vivimos hoy. Esa desconfianza, a priori, respecto de cualquier conjunto de signos que se presenten como una elaboración acerca del mundo y tenga pretensiones de insinuar algo verdadero. Convengamos, por un lado, que el desencanto, la mirada distanciada, el cinismo, están incorporados a nuestra forma de entender la cultura, quizás incluso como mecanismo de defensa. En ese punto, se trata de sentido común. Son estrategias de lectura que manejan también los chicos de primaria, y los Simpsons hicieron con ellas una de las mejores series de televisión de la historia.
Ok. Pero "Balnearios" hace algo que me parece mucho más cretino. Arranca como documental, ofrece imágenes logradas y las articula como un relato. Mezcla anécdotas y recuerdos con fotos y personajes interesantes. Por momentos, hasta parece que tuviera algo que decir sobre las ciudades balnearias, que no son para nada un tema banal. J. J. Sebreli escribió un libro excelente sobre la historia de Mar del Plata: "Mar del Plata. El ocio represivo". El problema de la película no es que haga chistes o empiece a inventar historias. Pero a medida que avanza las playas son cada vez menos importantes, y lo que parecía un documental se convierte en una parodia. Está en todo su derecho, pero después lo que parecía una parodia de la vida ociosa de los veraneantes se transforma en una parodia del cine, de los documentales y finalmente del arte. Los balnearios quedan atrás, y ahora lo único que resta es la visión del mundo de Llinás, algo que, aparentemente, se merecería una película. Estamos en el Malba, en el barrio con las inmobiliarias más caras de la ciudad, y vemos en "Balnearios" cómo se pone en ridículo a un tipo que vive cerca de un río y hace unas esculturas horribles con pedazos de fierro. Será ficción, o no, pero en definitiva se recurre a alguien para exponer una idea a costa suya, o sea, se lo hace hablar adelante de la cámara y en ningún momento se muestra qué tipo de pacto lo vincula con el director. Tuco, así se llama el artista, entra en confianza y habla de sí mismo y de sus sueños de exponer en una galería, pero parece filmado por una cámara oculta y nunca se muestra consciente de a quién le habla. En la platea del Malba, mientras tanto, nos retorcemos de risa frente a ese exponente de la degradación estética al que sabemos apreciar gracias a nuestro paladar entrenado en cine bizarrio y clásicos de John Waters. Todo es una farsa, dice la película, nada importa, ni Tuco, ni el Malba, ni el arte ni mucho menos las ciudades balnearias. Ya lo sabíamos, pero Llinás nos lo recuerda de manera amable, con una sonrisa. Es un gran divulgador de ideas trilladas. Un digno papel, el suyo, el de una usina de ideas para las agencias de publicidad."



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