Hago una traducción de un catálogo de cosméticos. Todo marcha, hasta que llego a una palabra que parece sacada de otra lengua. Dice "chalk dust", y entre paréntesis sepeedab.
Hay pocas palabras que resistan, hoy, una búsqueda en Google. sepeedab es una de las pocas que se le planta al búnker de Page y Brinn. No es raro: su origen es persa; digamos que se trata de los restos de una palabra que alguna vez se usó en Irán, hace miles de años.
sepeedab aparece en dos páginas de la web. Las dos hablan de la historia de los cosméticos; en una de ellas se cuenta la historia de la palabra cosmética. Dicen que viene del latín, cosmetae. Dos mil años de uso la alejaron de su significado original, y la convirtieron en una rama de la industria del entretenimiento. La cosmética, hoy, copada por el mundo del trabajo y el concurso eterno por un puesto en la empresa. La imagen de los más espléndidos finalistas, tan lejos de Roma y de los verdaderos cosmetae, aquellos esclavos, dice el artículo, cuya función era rociar con perfumes y cubrir con cremas los cuerpos de los dueños de casa.
Había una frase de Lacan (Tom Lupo siempre la citaba): "La abolición de la esclavitud trajo graves problemas para el amor".
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