jueves, septiembre 7

יועמ"ש הכנסת עו"ד אלשטיין: חקירת הנשיא בעבירות

Estos días estuve leyendo a Benjamin. Crítico alemán, escribió en la década del ´20 y ´30 sobre Paris, sobre el arte, la cultura y la moda a mediados del siglo XIX. Benjamin (Walter) era judío, y uno de sus mejores amigos era Gershom Scholem, otro judío alemán estudioso de la historia de su religión, que se convirtió en una de las figuras más importantes sobre la mística judía y los estudios sobre la Cábala. Los textos de Benjamin son complicados de leer, entre otras cosas, porque pueden combinar en un mismo párrafo referencias a categorías de la estética kantiana, con citas de obras de arte, comentarios sobre la cultura de masas, categorías marxistas y referencias a la religión judía. Quizás en una misma frase.
Entre los cruces con la Cábala que puedo detectar en sus textos, está su teoría de la lengua y la traducción. ¿Para qué sirven los traductores? No para explicar, ni comunicar, ni para salvar las barreras y unir a los pueblos. Esa sería la utopía del guión de los publicistas de la ONU. Lo trans-cultural. La tolerancia de lo "diferente". El sueño de la lengua universal. Para Benjamin, la traducción hace lo contrario: actualiza la condición de imposible de toda traducción, la pone en primer plano. El resultado es una constatación: esa lengua madre, original, de la cuál se derivan -según la tradición bíblica de la Torre de Babel- todas las lenguas del mundo, es un paraíso del cuál el hombre, efectivamente, fue expulsado. Desde ese momento mítico la relación del hombre con el mundo que lo rodea sufrió un quiebre. En los viejos buenos tiempos, existía una sola lengua y, por lo tanto, una sola manera de nombrar a cada elemento del mundo. El estallido de esa armonía significó para el hombre la imposibilidad de nombrar y la consciencia -eventual- de que cualquier relación que entablase con los seres y objetos que lo rodeaban, era sólida y consistente hasta el momento en que su propia lengua se confrontase con una de las tantas que proliferaban incesantemente a su alrededor. El paraíso se transformó en un desierto saturado de interpretaciones y modos de asignar sentido. El hombre, en un alienado.
Una mala traducción es, para Benjamin, "la transmisión inexacta de contenidos no esenciales". Tal vez, algo así cómo la definición de La Vida, "...una búsqueda de lo imposible a través de lo inútil" (¿Pessoa?). O el monólogo de un idiota lleno de "sonido y de furia".
Traducir, entonces, es ejercer la volencia del encuentro entre la lengua del original y la lengua de destino. La segunda se adapta a las formas de la primera, formas que creadas para la traducción, como en Apolo XII cuando la tripulación de la nave tiene que traducir un filtro de aire. El oxígeno se acaba, flotan en una cápsula alrededor de la luna y van a quedarse sin luz. Tienen filtros de aire, pero son filtros diseñados para otra nave, que abandonaron en el intento desesperado por volver a la Tierra. Los filtros son redondos y la máquina usa filtros cuadrados. Desde Houston les llegan instrucciones: fabricar un adaptador casero hecho de cartulina y pedazos de tela, aguantar un par de días.
Todo este relato de Benjamin se enmarca en una perspectiva a futuro. Algún día el hombre recuperará el paraíso perdido en el que dar nombre a las cosas con la seguridad de una lengua "pura". La traducción ofrece fragmentos que permiten vislumbrarla. La traducción es la promesa de una reconciliación futura del hombre con el mundo y con el lenguaje, y a la vez, la garantía de que esa brecha actual entre lenguas condenadas a diferenciarse no será resuelta, por la fuerza, por las pretensiones de universalidad del fascismo.
Pero esto venía a otra cosa. Hace dos días hice una búsqueda en el Google para un término de un texto sobre redes, y llegué a una página sobre Cábala.

Continuará...

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