Mi madre planea un viaje a Corrientes, a los Esteros del Iberá. Lleva tiempo anunciándolo, y por fin este año invita a mi prima para que la acompañe. Quiere pasear, y nunca visitó esa zona en la que además tiene familia.
En Mercedes vive una prima suya. Hace muchos años se casó y se fue a vivir a Corrientes con un francés que compró una estancia. Una estancia que, contó mi tío una vez, no sé si será cierto, formaba parte del programa de descolonización de Algeria. El Estado Francés le pagó a sus estancieros para que abandonaran las tierras. Con la plata se compraron otras, algunos en Argentina. Mi madre nunca conoció esa estancia, pero hasta hoy siguió viendo a mi prima cada tanto, cuando esta pasó temporadas en Buenos Aires.
Decidida a viajar mi madre llama a su prima. No le dice que va a quedarse unos días en su casa, pero lo deja entrever. Quiero conocer los Esteros, dice, y al Gauchito Gil. Su prima le responde con cierta frialdad. Esto sorprende un poco a mi madre, pero igual organiza el viaje.
Antes de partir mi madre pasa por la oficina de turismo de Corrientes. El empleado le ofrece un folleto que describe los lugares de interés de la provincia. Una página está dedicada al Gauchito Gil. Mi madre no va a misa, tampoco es adepta a los cultos populares. Supongo que su interés es antropológico. Entonces lee la historia del gaucho fugitivo, un hombre del siglo XIX que pelea la Guerra de la Triple Alianza y muere en manos de la policía. Antes de morir, el gauchito produce su primer milagro, le salva la vida al hijo de su verdugo.
Lo que llama la atención a mi madre es un recuadro del folleto. Allí se describe el santuario donde está enterrado el santo. Lo visitan miles de personas cada 8 de enero. Se cuenta en la provincia que los dueños de las tierras quisieron cambiarlo de lugar, molestos por la muchedumbre. Pero al final tuvieron que dejarlo. Una serie de desgracias, que no se nombran, cayó sobre ellos.
El nombre de la estancia coincide, es el de la prima de mi madre. Qué risa.
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