miércoles, octubre 10


Hoy me vine a regar las plantas a la terraza de unos amigos. Se fueron a San Pablo, a la Bienal. Y me parece que me voy a quedar a dormir en su ph al fondo de Almagro-Caballito, cerca de Las Violetas. Hay una biblioteca llena de libros de arte que hace mucho tenía ganas de hojear, y apenas llegué abrí un libro de fotos de una editorial neoyorquina de 1960, y seguí el hilo de las estrellas de cine antologadas bajo el leit-motiv de las vampiresas. Una colección de divas de la era dorada de Hollywood, de Theda Bara a Marylin Monroe, un muestrario de primeros planos que en realidad no es un homenaje, ahora que lo pienso, ni una colección de grandes hitos de la belleza, porque eso sería como decir que las fotos -sus miradas enormes y desafiantes, los vestidos de fantasía, su aire de última gala antes de la catástrofe- provienen de un tiempo ya superado, a la manera en que los tomos de Taschen fueron parcelando la historia del arte y la herencia visual de la humanidad. Pero este álbum es más relajado. Es un saludo amistoso, apenas burlón. Mezcla fotos de mujeres fatales y caricaturas de hombres embobados, zonzos de sombrero y nariz enrojecida que se se deprimen aferrados a una botella de whisky, perdidos en la niebla a los pies de las actrices. Y a Marylin se la ve espléndida en las fotos en las que iba a pasar a la posteridad. No es un monumento o una recopilación de grandes éxitos. No es una muestra reunida en un museo de arte contemporáneo ni un archivo gestionado por un curador especialista en iconografía popular. Hay nostalgia, sí, pero es el primer año de la década de 1960, en el inicio de años prolíficos en tragedias y leyendas, y el libro trasunta un aura angelical, cierta paz y hasta confianza en la certeza de que el tiempo seguirá su marcha, y tal vez haya dificultades, turbulencias y momentos difíciles, pero estamos, de todos modos, impulsados por brisas favorables, y aunque el mundo cambie -y las mismas fotos dan testimonio de que cambiará abarcando desde las primeras y pálidas protagonistas del cine mudo hasta las pulposas chicas pin-up de los '50-, de todos modos hay algo indudable, y es que más allá podemos entrever una misma senda por recorrer al amparo de la industria, el capitalismo, Hollywood, la televisión, los sueños de un mundo mejor. Esa misma tranquilidad que desprendía la canción al final de Dr. Strangelove mientras la bomba atómica detonaba lentamente sobre Washington y entre las nubes de polvo y humo la película terminaba con el estribillo: "We'll meet again/ some sunny day/ don't know where/ Don't know when".

(to be continued...)

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