miércoles, mayo 9

"Los códigos, sí. Ella robaba corazones pero siempre, al final, los devolvía. Lo hacía sin querer y ya era demasiado tarde cuando comprendía lo que había sucedido. Aunque en realidad, esto no es del todo cierto. A veces se le perdían. Y se disculpaba con una de sus tenues sonrisas, se bajaba el ala del sombrero, se acomodaba las medias. Miraba de reojo; el sol de la tarde chispeaba en los dijes de su pulóver. Eran de plástico, con forma de letras doradas; decían: L.O.V.E. Y ya era tarde. Siempre había sido demasiado tarde para casi todo. En una serie norteamericana hubieran empezado a pasar los títulos, la lista de nombres: actores, guionistas, utileros, el catering. Las persianas bajas. En Once, en un barrio comercial de una ciudad costera del Sur, se oirían canciones tropicales en los parlantes de los últimos negocios todavía abiertos. Alguien pensaría en el fade out de los cassette mal grabados que ponía en su walkman, hacia 1987. Nos iríamos yendo. Ella un poco antes. Se iría riéndose después de sacarme la lengua o guiñar un ojo o hacer un globo con su chicle de menta. Después, no importa."

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