domingo, septiembre 18

Hoy pensé en hacer un análisis estilístico de los correos que me escribe mi madre. Sus frases dejadas a medio escribir, separadas por puntos suspensivos. Nerviosas y sintéticas, me hacen acordar, ahora que lo pienso, a la prosa de Neal Cassidy según la elogiaba Sol Paradise en En el camino. Bueno, sin la mística de la ruta 66 pero cargadas de urgencia, y llenas de ansiedad y espamos afectivos, muy siglo XX. Las pocas veces que chateé con ella, recién empezaba a usar el chat y firmaba sus mensajes como si estuviera mandando telegramas, "un beso -A". Mi abuelo, me acuerdo, se ataba la lapicera a la mano, en sus últimos años, cuando el pulso le había empezado a temblar, para seguir escribiendo las cartas que se intercambió durante toda su vida con su hermana en el pueblito de los Pirineos franceses dónde habían nacido. Estoy medio regresivo, hoy me acordé también de las máquinas de escribir que usaban mis viejos cuando yo era chico, las cintas de tinta enrolladas en carreteles, las patas de hierro que activaban las teclas. Yo las amontonaba contra la hoja de papel cuando apretaba el teclado entero con las manos. Terminé de leer "Los emigrados" de Sebald, debe ser por eso el brote de nostalgia.

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