lunes, agosto 8

Hoy fui a un local de impresiones en el Pasaje Giuffra e imprimí una foto. Es un retrato de Hugo Ball en el Cabaret Voltaire, vestido de elefante, listo para el show en el que iba a recitar el primer manifiesto del dadaísmo. Es raro pensar que esa fecha iba a quedar grabada en la historia del arte del siglo XX como uno de los momentos inaugurales de la vanguardia, el under, el punk, la furia de todos esos mitos que nos hicieron interesarnos en el lado b de la cultura cuando éramos chicos, que sostenían que ese lado b existía en algun parte. De algún modo seguimos siendo los que nos perdimos aquéllas noches y les damos vueltas, merodeando los bares y los recitales de poesía a ver si pasa algo. A ver si se oyen noticias del dadaísmo, aquella leyenda urbana que dice que en Zürich, en 1916, hubo un grupo de poetas, pintores y actores que cayeron a la ciudad evadiéndose de las fuerzas armadas de sus países que los enviaban a aniquilarse a las trincheras, y se pusieron a armar una serie de veladas en un bar, y esas noches serían recordadas como los homenajes al absurdo más elocuentes que se hubieran organizado nunca.
Hugo Ball está disfrazado de elefante. Parece Kafka en una fiesta de disfraces. Y me hace acordar al protagonista de Mentes que brillan, la película de Jodie Foster. El niño solitario y superdotado que reparte invitaciones a su fiesta de cumpleaños, pero suena el timbre y sus compañeros vuelven a la escuela y él se queda sólo en medio de los juegos del patio, mientras sopla el viento y vuelan las tarjetas que había preparado para ellos. Es raro pensar que un día Hugo Ball iba a ser recordado como uno de los iniciadores de un movimiento. De cualquier movimiento. En la foto parece como si hubiera llegado a una fiesta el día equivocado, o la hubiera organizado y siguiera esperando.
La voy a colgar en el living de mi casa. Es como un lámpara de lava, a la que podés quedarte mirando y pensando.

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Hace un tiempo pinté mi casa. Una vez nos pusimos a hablar de bandas de rock con el chico que pintaba. Le dije que había visto a los Redonditos de Ricota. Varias veces, de hecho. "Guau, qué envidia", me dijo.

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