domingo, julio 24

Hoy se fue Bruno. Me dejó las llaves de su departamento de Sumaré. Iba a ver a su enamorada en Río. Yo me quedo en Sao Paulo hasta el viernes.
Hace un rato prendí el lavarropas, me hice un café, y ahora estoy pensando en la hospitalidad. Hasta hace unos días Bruno era el amigo de un amigo con el que había intercambiado dos o tres mails, breves y amistosos. Ahora estoy en su casa, y tengo varios días para seguir paseando por la Avenida Paulista que parece una postal mejorada de Nueva York. Pero más silenciosa, y perfumada. Sao Paulo huele bien.
Anoche cené con Matt. Está mostrando una obra de arte web en la misma sección del FILE que yo. Se iba al aeropuerto y casi no tenía más billetes brasileños, así que la cena la invité yo. Hablamos de la crisis de las hipotecas, de Obama y la deuda de Estados Unidos. Era su primera vez al sur del Ecuador. Me acordé del español que conocí en Copacabana, en un barcito a orillas del Titicaca, que me insistía en pagar las cervezas. Es como dice Richard Stallman, hay que invitar cervezas y esperar con la mente y los brazos abiertos a que se multipliquen y vuelvan, como los panes y el vino de Jesús. Apuntes para una historia de la abundancia. Tecnologías de la amistad, diría Jacoby.

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