domingo, enero 30

Hoy es domingo y la Ciudad Vieja de Montevideo luce calles vacías como las de Nueva York en las escenas previas a las catástrofes del Fin del Mundo, esas imágenes de papeles arrastrados por el viento al atardecer, y de algún peatón que se escabulle en la entrada de un edificio. Recién hice un par de cuadras para el lado del puerto, y di la vuelta. Mejor vuelvo mañana, cuando haya personas yendo hacia algún lugar. Ya me pasó en Porto Alegre cuando salí a caminar apenas llegué, un domingo a la tarde, y me perdí en unas avenidas llenas de negocios vacíos y puestos cerrados. Hasta las plazas estaban vacías, salvo por algunas prostitutas que esperaban clientes conversando en los bancos, a la sombra. Al otro día, con las veredas repletas y el sonido del tráfico desparramado en todas direcciones, era más fácil guiarse. Y más tentador dar vueltas por las librerías del centro y quedarse un rato en los puestos de comidas del Mercado, para constatar la superioridad innegable de la comida rápida brasilera, que deja a los modestísimos panchos de Buenos Aires a años luz de sus salgados de frango y sus pasteles de queso con jugo de coco o caña. Si el Mercosur funcionara a pleno deberíamos empezar a ver carritos como los brasileros, en las calles de Buenos Aires, atendidos por personas más que amables, que escuchan funky carioca y te ofrecen un banquito para comer algo barato. Sería muy bueno.

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De Porto dicen unos afiches que es la "Capital da qualidade de vida" de Brasil. Será por la abundancia de árboles, o las dimensiones amigables, que te dejan ir del centro a ver la puesta de sol en el río, caminando un rato y parando en los bares de la Cidade Baixa, esa zona de "bohemia", teatros y edificios reciclados que no debe faltar en ninguna ciudad mediana y aspirante a ingresar en las guías del turismo internacional.
Antes de irme vi una peli indie brasilera y pasé por el excelente FILE, Electronic Language International Festival. Y me compré un número de Caros Amigos, una revista de trinchera á la Página/12, que desborda entusiasmo por Dilma y el futuro de Brasil. Cuando los brasileros son entusiastas son mucho más expresivos y convincentes que todas las personas de las demás nacionalidades, de las pocas con las que hablé alguna vez. Esa es la conclusión caprichosa que se me ocurre después de haber escuchado a una chica de Río de Janeiro describiendo las maravillosas vacaciones que había pasado en las Sierras de Córdoba, que le despertaban tantos elogios encandilados como no le había escuchado a nadie antes, y que no creo que podrían igualar ni los mismos cordobeses.

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En un momento pensé que podía tomarme un micro e ir a San Pablo. Tiago, que trabajaba en el hostel, era de San Pablo y estaba juntando plata un tiempo en Porto Alegre, después pensaba ir a Buenos Aires. Decía que extrañaba algunos detalles de su ciudad, como los graffitis. Esa era su saudade. Y las fiestas en un galpón abandonado, en el tipo de reducto medio perdido en la vorágine edilicia del centro por la que, decía, había que ir siempre con alguien que conociera y te puediera llevar a donde no llegarías nunca solo, porque ni te enterarías de que existía ese lugar. Pero era un día de viaje en ómnibus, y plata y me volví a Montevideo.
Acá se agotaron los pasajes a Buenos Aires hasta el miércoles, no hay manera de salir ni en micro ni en barco. Mi reserva era para el martes a la noche en la Cacciola, asi que llegué a agarrar la última cama en un hostel del centro, mientras deambulan por las calles otros turistas con sus carritos o mochilas. Empezó el carnaval hace unos días. Ayer fui a un tablado, pero me fui después de ver un par de murgas. Banco a Jaime Roos, pero todos eso pierrots haciendo imitaciones de la esposa del Pepe Mujica medio que me empalagaron.

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