jueves, diciembre 23

Hoy salí de la psicoanalista, y me volví caminando. Buscaba algo para comer barato, y me acordé de la Trattoria di Carlo, al lado del sex-shop Buttman de Av. Corrientes, enfrente del Rojas.
Hace unos años la Trattoria era un antro. Parecía un depósito abandonado, en el que un parrillero había instalado una barra de vino y choripanes. Comí algo y ahora en casa la googleé.
Turistas en Buenos Aires la recomiendan en un foro porque tiene los mejores precios de la ciudad. Por lejos. 2 porciones de pizza y chopp, $6. Chori y pepsi, $12.
Pero advierten: "Be warned-- this is a dirty hole-in-the wall!". Y eso que no la vieron cuando languidecía en la crisis, y se parecía a un aguantadero. Hoy había movimiento, habitués, laburantes de paso, reuniones de trabajo, borrachos. Y yo, que me acordaba de las historias que Joseph Mitchell escribía para el New Yorker, como un antropólogo que busca testimonios de los últimos testigos de un mundo a punto de desaparecer. En su caso, la bohemia, los gitanos, el pueblo de negros pescadores de ostras en las afueras de Manhattan, el centenario bar McSorley's.
Hoy googleé "La trattoria di Carlo", y llegué a una película. La filmó un italiano, que estudió en Paris, vive en Buenos Aires y la mostró en Rusia. Algo no cierra.


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