domingo, diciembre 28

Por la 40

Mi último día en Cachi. Sigo hacia Salta. Gracias por los comentarios,

22-12


"Hoy se fueron Carmen y la parejita, por suerte. Me quedé solo en la pensión de Amaicha, con los perros que ladran cada vez que salgo al patio central. Nadie apareció en todo el día, ni los dueños ni turistas. A la mañana visitamos el fastuoso Museo de la Pachamama, un edificio con plantas y terrazas ubicado a la entrada del pueblo. Las paredes están cubiertas de piedras fijadas con argamasa o cemento, imitando el estilo de construcción aborigen. Es uno de los tantos rasgos kitsch del museo, repleto de figuras y símbolos de la religión diaguita reproducidos en todos los tamaños y colores, como una especie de versión edilicia de esos pulóveres y morrales de lana aindiados que venden los artesanos. Los más demagogos.
Pese a todo, el guía ofreció un panorama bastante sólido de la historia de los Quilmes. De hecho, el relato de las ruinas se complica cada vez más. Héctor Cruz es el hombre clave. Él fue quien comenzó las obras de restauración de la ciudadela de los Quilmes en 1977, nos contó el guía cuando le pregunté, y él también construyó el museo que, dicho sea de paso, alberga en la mitad de sus salas obras de "artistas locales" inspirados en el arte aborigen: tejidos y pinturas, casi todos del mismo Cruz.
El guía parecía solidario con los descendientes Quilmes que hoy ocupan las ruinas, más allá de
ironías sobre la autenticidad de su prosapia quilmeña y alusiones al rol de la devaluación monetaria de 2001 en el interés de la emergente comunidad en recuperar el control económico del paseo arqueológico.
La situación del predio se parece a una zona de triple frontera en litigio. El Estado decidió no renovar la concesión de Cruz. Cruz alega que el tiempo que administró las ruinas no le permitió amortizar el costo de la inversión (nadie visitaba las ruinas en los años '90, dice, ni los aborígenes). Justamente, éstos recuperaron el predio cuando se iniciaba el aluvión turístico, y según el guía fueron usados por el Estado contra Cruz, aunque ahora se cortaron solos. Así las cosas, el juicio avanza lento y con destino incierto. En la entrada de las ruinas, un bar construido con el estilo indeleble de Cruz permanece cerrado con faja de clausura. Le pregunté al guía, casi con temor, si el museo por lo menos tenía buenas relaciones con la Universidad. Previsiblemente, se sonrió.
Desde la terraza del edificio observamos la pileta azul del hotel-camping continuo al museo. De nuevo, el estilo neo-aborigen de Cruz, que parecería dueño de un micro circuito turístico creado casi de la nada. En la sala de merchandising, entre pulóveres, llaveros y máscaras para decorar livings, encontré un mate tallado con la imagen de Isidoro Cañones andando en auto. Lo compré emocionado.
(Ahora recuerdo otros datos aportados por el guía. Los Quilmes de la heróica resistencia a los españoles, reivindicados por la comunidad, dejaron dudosos rastros de fortaleza bélica, y deberían el hecho de haber sido los últimos en caer presos al hallarse instalados en el último fondo del intransitable Valle Calchaquí. Por otra parte, en Amaicha vive una comunidad de descendientes diaguitas de un grupo distinto al de los Quilmes, y que propiciaron la caída de aquellos al pactar con los españoles y permitir su ingreso al valle.)
Mientras escribo esto en el cuaderno, retumban los golpes de los perros y los chillidos de un gato desesperado. Parece acorralado contra el galpón del patio. Me traje la cena de pan y jamón a la habitación. Mañana me voy a Cafayate, a pasar Navidad."

23-12

"Me tomé el micro de las 10 de la empresa Aconquija, la moderna línea de transporte que tiene la exclusiva de casi todos los trayectos que recorren el Valle Calchaquí. Era el servicio indirecto, pasamos por el pueblo de los Quilmes, volvimos hasta Santa María en Catamarca, después Colalao del Valle y, ya en Salta, Tolombón y Cafayate. Frente al escenario semi-deshabitado de las callecitas de Amaicha, Cafayate parece una gran ciudad. Un coro de chicos ensaya en las escalinatas de la iglesia, otros dan vueltas a la plaza en bicicleta. Abundan los barcitos y las tiendas de productos regionales.
Caminé por el cauce seco de un río y me perdí cuando volvía al centro. En el Museo Arqueológico, no había los desbordes arquitectónicos de la versión Cruz del culto a la Pachamama. El de Cafayate es un salón de una vieja casa, repleto de urnas funerarias, estatuillas de cerámica y puntas de piedra talladas pertenecientes a la antigua nación diaguita. Como el de Cruz, fue autogestionado por un viejo emprendedor y autodidacta de la zona. Me abrió la puerta la empleada doméstica, que me mostró la colección según le indicara la patrona, desde el fondo del patio con plantas y enormes jarrones. El último apoyo estatal que habían recibido databa de hace más de veinte años y estaba consignado en un diploma de la Municipalidad de Cafayate, que declaraba de interés municipal a la colección y asignaba una partida de dinero para una placa de bronce, que así lo indicara en la entrada.
A colaboración voluntaria, dejé 5$. Ante la ausencia de marco y contención estatal, se me hizo algo absurdo reírse del kitsch tragi-cómico de Cruz. Antes, a la mañana, había pasado por el zaguán de una vieja casona cerca de la plaza. Entre el mobiliario antiguo, de viejas cómodas y espejos, habían instalado una colección de fotos y objetos de la familia, centrados en dos personajes centrales de su historia. Ella, la primera mujer de Cafayate que viajó a Salta, estudió y volvió convertida en Maestra Normal, la primera del pueblo, en la década del '20. Él, un libanés emigrado, productor de vinos, que a su muerte fue homenajeado como impulsor del progreso del pueblo. En un viejo recorte del diario local, se dice que viajó hasta Alemania a principios de los '30 para traer a Cafayate la primera usina de electricidad a gas que iluminó las calles del pueblo. La "leyenda oral" -reza un cartel del museo- cuenta que ese día lo vieron entrar al pueblo arrastrando la usina por el cauce seco del río Chusca con una carreta tirada por bueyes y burros, mientras sostenía con cada mano una bandera de Argentina y otra del Líbano, y una ovación lo acompañaba a su paso.

1 comentario:

pretty printing dijo...

muy buenas las crónicas.

todo bien por aća, mucho fuego artificial, deadline y reunión de fin de año