jueves, octubre 30

Días

Me gustaría acordarme cuándo fue, pero en estos días estuve dando vueltas por sitios de Internet, mandando currículums y siguiendo las novedades de las bolsas, hasta que en algún momento terminé leyendo un párrafo en inglés donde describían la encrucijada de alguien, cuyos detalles no recuerdo, pero que lo terminaban dejando en una posición desventajosa, delicada, obligado a poner toda su energía en resolver el problema en cuestión. La frase era del estilo de un tipo que está "más perdido que Adán el día de la madre", o "más sólo que astronauta a la deriva", aunque en este caso decía que estaba ocupado como un rengo en un torneo de patear culos ["busy like a one-legged man in an ass-kicking contest"]. Quizás se refería al titular de algún Banco Central europeo, sorteando icebergs en los abismos del crédito; desde acá les mandamos nuestros mejores deseos a todos ellos.

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20.15hs, avenida Corrientes, pasa un 26 por la puerta de la Giralda. Al costado lleva un cartel de protesta colocado por la empresa. Esa chapa en blanco y negro, con letras de titular de Crónica, es la forma de lobby que los empresarios del transporte deben haber hallado más acorde a la visión conspirativa y transera de la polítca y la esfera pública que deben, o parecen tener. Si hubiera un televisor en el bar estarían pasando en vivo el tumulto en la puerta de alguna oficina ocupada por los jerarcas del fútbol, que por estos días van y vienen de un cónclave a otro de referentes del negocio y la administración de los clubes, respaldados por los comentadores deportivos de los medios que hacen campaña por el hipótetico futuro director técnico de la selección nacional, y que a duras penas logran disimular la trama de favores, negociados y operaciones de baja calidad que los sostiene, remontándose, dispersa, desde las oficinas de la Capital hasta la más mediocre de las cooperativas del club de barrio más periférico de cualquier provincia. Sobre esas capas de arreglo informal y acuerdos provisorios, el cartel del 26 invitaba a soñar con paisajes de periodismo alquilado, barrabravas gerenciados, subsidios sin regulación, y sobre todo, más que nada, con la inmediatez, la transparencia de todo aquello, incrustado bajo la soleada atmósfera de la avenida Corrientes, disponible a cualquier alma republicana que quisiera desandar la trama. Algo de la ola de farmacéuticos que planeaban comprarse autos importados con la guita de un cartel de drogas mexicano al que ofrecían sustancias semi-legales, para que a la larga, un notero bajo convenio laboral básico, de un canal de noticias y entretenimientos, acabe descubriendo la rueda que conduce, de alguna manera, de ahí al Estado y el gobierno. Algo que el cartel del 26, al menos, exponía con una franqueza poco aplaudida pero meritoria, y que sería ese sustrato de márgenes precarios que se construye de abajo hacia arriba, a la vista de todos, y que vuelve algo exagerada la propensión al rasgado de vestiduras, ese cuento de hadas de Clarín y Lanata sobre la opinión pública presa del engaño, o peor, sobre las reservas morales que supuestamente laten en el más allá de la malas intenciones y la mentira del gobierno, donde los ciudadanos, como una nube de ángeles, leen a Mafalda mientras pasan, una vez más, los malos tiempos de la corrupción, y esperan la llegada de la buena democracia.
El 26, en cambio, se paró a mitad de cuadra y subió gente. En la chapa colgada al costado llevaba un dialogo entablado con el Gobierno de la Ciudad. La calle de Discépolo y Olmedo no era el ágora de Atenas, ni el cartel tenía palabras, como dice Juana Bignozzi, que aspiraran a las formas definitivas del amor.

NO ACEPTAMOS
ESTOS CARRILES
NO ACEPTAMOS
SER PRISIONEROS DE ELLOS


Es lo que hay, parecía el slogan. Cuando salí de la Giralda empezaba a nublarse.

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Viernes, 18hs. Güemes y Uriarte, Biblioteca Carlos Guido y Spano. Pedí unas ediciones de las "Tradiciones Peruanas" de Ricardo Palma, y me senté hojearlas. El lugar ordenado, con mesas grandes, cómodas, luminosas, se especializa en biografías, como dice el cartel de la entrada. Está anotado con marcador y lleva la cuenta, al estilo de los letreros electrónicos que marcaban los minutos antes del cambio de milenio. Van algo más de mil biografías.
Al rato entró una señora, que se acercó al mostrador.
Entonces escuché este diálogo:
- Estoy buscando un libro.
- Dígame.
- Se llama "Recuerdos de una monja".
- A ver... - dijo el bibliotecario, y buscó en la PC. Hizo un par de intentos antes de responder. - Hay uno de 1958.
- Sí, es ése. Yo lo tenía.
- Pero no está acá.
- ¿Y dónde está?
- En Devoto.
La señora dudó. Hablaba despacio, muy suave. Después de una pausa, preguntó:
- ¿Y dónde está Devoto?
- Bueno... - dijo el bibliotecario, e intentó aclararlo, en vano. Era difícil sin mapa. La señora lo miraba, y a cada vuelta del recorrido discursivo, parecía un poco más abrumada, como si le estuvieran sugiriendo un viaje en carreta a un fortín de la Pampa.
Yo los escuchaba, y después de un rato de oír las especulaciones del bibliotecario sugerí el San Martín, en Pacífico.
- Claro -dijo -. La deja a tres cuadras.
- Ah -suspiró la señora -. ¿Y lo puedo comprar?
- ¿Qué cosa? ¿El libro?
- Sí
- No, señora. Es una biblioteca esto. Lo puede fotocopiar.
- ¿Fotocopiar?
- Sí, - respondió el bibliotecario, embarcándose en otra explicación.
- ... y entonces - concluyó poco más tarde - usted se lleva las hojas anilladas, y puede leer el libro en su casa.
- Fantástico - dijo la señora.
Después, le anotó en una tarjeta la dirección y el teléfono de la biblioteca de Devoto. Antes de que se fuera, el bibliotecario le repitió que no se olvidara de llamar antes de emprender viaje, para confirmar que el libro efectivamente estaba allí. La acompañó entre las mesas hasta la entrada, mientras la señora comentaba algo más del libro, unas vagas alusiones, que llegué a escuchar, sobre mudanzas recientes en las que se había extraviado.
Era una señora mayor, menuda, envuelta en una camisa blanca y una pollera gris. Podía imaginarla como una monja que hubiera salido a la calle sin sus hábitos, o una de esas señoras que constituyen los grupos de oración y actividades varias en las iglesias. "Historia de una monja", su libro, trataba sobre una monja cuya vocación entraba en crisis. Su autora fue Kathryn Hulme, me entero en Wikipedia y Google, que antes de escribirlo fue discípula de Gurdjieff, el filósofo-místico a quien frecuentaba en Paris en la posguerra, junto a un grupo de chicas, escritoras, cantantes, editoras, actrices conocidas como "The Rope". Entre ellas conoció al amor de su vida, Marie Louise Habets, una monja que había abandonado los hábitos, en cuya vida está inspirada la novela, que fue best-seller y llevada al cine protagonizada por Audrey Hepburn, en 1959.
En Wikipedia dicen que "Historia de una monja" trata acerca de una mujer joven que:
"Como monja, no encuentra lugar para sus deseos y aspiraciones personales. Finalmente, su conflicto entre la devoción por La Iglesia y la profesión de enfermera, combinados con su apasionado patriotismo belga y el amor por su padre (asesinado por aviones de guerra alemanes mientras atendía heridos en un hospital), la llevan a un impasse, que conduce al desenlace."

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Domingo, 17:40hs. Azcuénaga entre Melo y Peña.


Había salido a tomar fotos, hace unas semanas.



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