martes, septiembre 23

Palermo

Hoy volvía de la Facultad de Derecho por Av. Pueyrredón, después de la plaza, yendo para Guido. En la Librería Jurídica habían puesto un cartel entre los libros apilados en la vidriera:


"Compre libros, objetos entrañables en vías de extinción. Aprecie mientras pueda la noble consistencia del papel impreso, ¡antes que los e-books lo echen todo a perder!"

En la calle se ven pocos textos que no sean parte de campañas de difusión masiva, sean volantes de rotisería, o flyers de servicios sexuales. El cartel, podría decirse, tenía la gracia de lo artesanal. Y de ahí, habría que agarrar el subrayado de Benjamin para armar una solicitud de beca en alguna ONG francesa.

Hace unos días me bajé unas paradas antes del 12 y enfilé por el boulevard de Charcas, que empieza en Coronel Díaz y desemboca en el corazón de Villa Freud. Entre los canteros superpoblados vi el cartel de una lavandería, "Namaste", que me recordó los mails de los grupos gnósticos, que me llegaban hace un tiempo a la casilla. Es el saludo con el que se despedían los acólitos, namaste, y pensé que había encontrado un reducto de fieles escondido tras una fachada de vulgaridad. No era eso, ni nada parecido a los afables ancianos que leen el Reader's Digest en el Bebé de Rosemary -y que empecé a vislumbrar mientras me asomaba al interior de la tienda-, porque después entré en Wikipedia y en realidad la palabra es la forma de saludo más habitual en la India. Es un derivado del sánscrito; lo más probable es que el dueño o dueña haya bautizado la lavandería en honor a las clases de yoga a las que será aficionado/a. La última vez que fui a unas clases de yoga, la profesora estudiaba Letras. Había empezado hace poco, y después de aprobar Latín I se metió en Sánscrito; hacía mucho hincapié en los nombres originales de las posturas.

No hay comentarios.: