lunes, agosto 28

La vida posfordista

Los días pasaron. Tal vez debí darme cuenta. Visto a la distancia, el Chulo mantuvo desde el principio una actitud defensiva. Él y la Dama ocupaban los lugares gerenciales dentro de ese tres ambientes de Devoto. Eran los únicos con oficina propia. Pero el Chulo tenía que compartirla con dos empleados-traductores-- no porque estuviera pensado así desde el principio, sino porque no había lugar físico donde colocarlos: el living estaba lleno. Era La Emergencia. Había un conjunto de máquinas-hombres 8esa masa crítica que éramos nosotros), que se superponía en el epsacio y que procesaba bloques de lenguaje y los convertía en Código Estándar. Mientras, el Chulo daba vueltas, en guardia. Encargado de insumos, era el responsable de la oficina. Velaba por su funcionamiento. Pero de eso me enteré después. Como todo lo que ocurre y ocurrió dentro de un sistema ya diseñado y puesto en marcha, se me escapaba en su dimensión real, a mí, que era un elemento recién incorporado y que por lo tanto me hallaba desprovisto de contexto. Yo podía, sí, (me resignaba) imaginar una historia y darle a cada componente del sistema una dinámica, la que se me ocurriera. Escribía el guión de mis intuiciones. Un guión precario al que, de hecho, dedicaba la mayor parte del tiempo.
Así fue como, en pocos días, me hice experto en complots. Amo de tramas invisibles, baqueano de realidades paralelas. Tuve que elegir, y fue ESO o lo OTRO: dejarme absorber por el trabajo, convertirme en un Traductor Eficiente, naufragar en las playas del Trados. Como dije, la oficina era un caldero en el que se cocinaba una sopa primordial, un guiso de lenguaje alienado. Los rumores: nuestra traducción era el eslabón de una máquina. En California esperaban nuestro trabajo para darle de comer a la computadora con la que querían cumplir el sueño de la Traducción Artificial (redundancia). La paradoja: nosotros éramos parte de un proyecto cuyo objetivo era dejarnos sin trabajo, como corderos en maratón competíamos en la carrera para reemplazar a los creadores de lenguaje (los hombres), en especial a nosotros (traductores).
Pero esa es otra historia.
Así que, estaba el Chulo. Y lo que presentía, creo. Que su papel en la obra era tan precario como el de los mismos empleados a los que se había encargado de contratar. Era una bestia asustada.
Después, la Dama. Otro caso. No compartía su oficina, y cumplió su papel de Experta sólo durante los primeros días. Se recluyó, luego, y poco a poco espació las comunicaciones. En realidad, hizo un repliegue estratégico. De ahí en más, saldría en misiones precisas. Vuelos rasantes. Conocía el terreno como una campesina vietnamita, como una guerrillera del vietcong. El Chulo tal vez nunca llegara a entender (un fogonazo en la noche) lo que le había pasado.
Pero, de nuevo, esta es la retrospectiva. Entonces lo que me llamó la atención fue otra cosa. Algo había escuchado, esta vez lo comprobé. Ya no quedan jefes. Ya casi no existen, y lo que hay en su lugar son Coordinadores. Nadie da órdenes. Lo que se espera de cada uno es un rumor que sopla en el aire como una canción en fade-out, hacé lo que quieras, lo que puedas. Nada mejor para regular sistemas complejos. En Alemania -está en la tele-, descubrieron que los embotellamientos de coches fluyen mejor si se eliminan las señales y los semáforos. La poesía del caos. En Devoto estaba Roxy, nuestra Project Manager, surfeando las olas de mil plazos a punto de vencer, paladín de las horas extras.
Sin Jefes, lo que había eran reuniones. Virtuales. Otra vez, una larga historia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy traductor también y me está gustando lo que veo por aquí. Mucho, volveré.

charly dijo...

Muchas gracias magec, serás bienvenido